Si yo fuera aranés, es decir, habitante del Valle de Arán, tendría dudas. Dudaría si denominar a mi valle así, en castellano, o Vall d’Aran, en catalán, o Vau d’Aran, en occitano normativo, o Vath d’Aran, en occitano aranés. Dudaría si mi bandera es una de las rojas y gualdas (española, aragonesa, senyera, estelada) o es de color burdeos con la cruz de Occitania.
Dudaría, además, si pertenezco a un pueblo de montaña, a un municipio o a un terçón (tercio o división tradicional del territorio). Dudaría si mi comarca, administrativamente leridana, es también pirenaica, aragonesa o francesa. Dudaría si me presta mejores servicios el gobierno local, el autonómico o el nacional. Dudaría si ir al aeropuerto, al hospital o a la universidad a Lleida, Barcelona o Toulouse.
Dudaría si mi comarca, excéntrica y marginal, está bien atendida por las instituciones barcelonesas, de la cuales está alejada unos 350 kilómetros y con las cuales está mal comunicada. El Valle de Arán, que se quedaba aislado en invierno hasta que se construyó el túnel de Viella, ha sabido sacar partido a sus condiciones orográficas y climáticas.
La mayoría de sus 10.000 habitantes viven del turismo blanco (deportes de invierno, actividades alternativas, tiendas de equipamiento, hoteles, balnearios, restaurantes, discotecas). Directa o indirectamente, viven de Baqueira-Beret, una exclusiva estación de esquí con 155 kilómetros de pistas y capacidad de transporte para casi 60.000 esquiadores por hora. De cada diez usuarios de esa estación solo dos son catalanes, otros dos son franceses y el resto son madrileños, valencianos o vascos.
La mayoría, pues, turistas españoles con altos ingresos, dispuestos a dejarse una parte de ellos practicando su deporte favorito en unas instalaciones en las cuales hasta pueden coincidir con la realeza.
No es de extrañar que cinco de cada diez araneses hablen en casa tanto en castellano como en occitano, y menos en catalán; mientras que en el trabajo seis de cada diez hablan preferentemente en castellano, o en la lengua que haga falta, con tal de entenderse con los clientes. No es de extrañar que participen poco en los referendos, legales o no, a los que les convoca el Gobierno catalán, aunque en las papeletas tenga la deferencia de repetir la pregunta en su lengua vernácula.
No es de extrañar que los araneses, que tienen el derecho a decidir reconocido por la Ley de régimen especial de Arán, aprobada por el Parlamento de Cataluña en 2015, duden si hacer o no uso del mismo, en el caso de que los catalanes hagan uso del suyo. Si yo fuera aranés, dudaría si considerar mi mandatario al Síndico del Conselh, al Honorable de la Generalitat o al Presidente del Gobierno. Dudaría si ejercer mi derecho a decidir en caso de que Cataluña se independizase. Dudaría si permanecer en Cataluña, en España o en ninguna de ellas.
Y, desde luego, dudaría si establecer o no un convenio como estado asociado a Cataluña, España o Francia.
Si yo fuera aranés, dudaría, pero, si yo fuera rico, dubi dubi dubi du.
Pedro Armas es profesor de Humanidades de la USC.