Elogio de la cerveza

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

26 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El año que pasé en Inglaterra, hace ya casi cuarenta, solía asistir las mañanas de los domingos a un partido de rugbi que jugaban mis amigos los Wimbledon All Stars, una pandilla de gordos malhablados que no paraban de reír. Por su estado de forma rechazaban el calentamiento previo bajo la sensata idea de que «o calentamos o jugamos, pero las dos cosas no». Y tras una hora y media de empujones, torpes trotes, lesiones varias y general felicidad, pasábamos al tercer tiempo, el tiempo de la cerveza. En el vestuario local se desarrollaba una escena no apta para almas sensibles, veinte gordos desnudos chapoteando en una inmensa bañera y acarreando enormes jarras de cerveza con las que rellenaban los vasos de los presentes, que contemplábamos avergonzados los cánticos guerreros de los perdedores; porque solían perder, pero lo hacían con gran entusiasmo. La cerveza siempre formó parte de la cultura del rugbi y los que pertenecemos a ella nos hemos visto perjudicados por las malas conductas en el fútbol. Los forofos violentos han hecho prohibir las bebidas alcohólicas también en los partidos de rugbi. Pero la cerveza, que ya bebía Carlos V cuando regresó de Flandes a morir a Yuste, forma parte de nuestro juego y nuestra convivencia. Porque el rugbi en un encuentro entre amigos, una reunión familiar, una ceremonia oficiada con cerveza, y bien lo saben los anglosajones en cuyos estadios la gente disfruta de una pinta mientras contempla alegremente el juego. Y en cambio nosotros pasamos una sed...