La juventud o la vejez no son valores absolutos en sí mismas. La experiencia sí. En política, cuando, en vez de escuchar la voz de la experiencia, se escucha la voz de la inexperiencia, no se cae en la ingenuidad, se cae en la estupidez. Aquello de «Don’t trust anybody over thirty» («No confíes en nadie de más de treinta») resultaba revolucionario entre los estudiantes californianos de los sesenta. En la actualidad, algunos retoman el eslogan, aunque aumentando los años hasta los cuarenta, por conveniencia propia y porque ha aumentado la esperanza de vida. Lo denominan imprescindible renovación. Imprescindible, siempre que los nuevos aporten algo más que novedad. Prescindible, si se queda en renovación generacional. Los mismos renovadores dicen que no es cuestión de edad, sino de mentalidad, que no es cuestión de acumulación de años, sino de cargos y mandatos. La primera acumulación es inevitable, la segunda y la tercera no son indiscutibles. Los cargos a veces están concatenados; no todos están remunerados; los cargos orgánicos no tienen el mismo rango que los institucionales; los de designación no son iguales que los de elección. La acumulación de mandatos por un buen mandatario no es criticada por los ciudadanos. Su edad tampoco. Si Tierno Galván, el viejo profesor, viviese, estaría a punto de cumplir los 100 años y seguiría siendo alcalde de Madrid.
Permítase la exageración y la política ficción. Si Xerardo Estévez, con 70 años, se presentase a las próximas elecciones municipales en la Compostela que transformó, sería un firme candidato a ganarlas. Mick Jagger o Elton John pasan de los 70 años, continúan llenando estadios y su experiencia no es cuestionada, sino apreciada. Un joven, por mucho que estudie la obra de Picasso, no comprende el Guernica como un superviviente de aquel bombardeo. Ya decía Picasso: «Lleva tiempo llegar a ser joven». Las primarias provinciales en que se hallan enfrascados los socialistas gallegos son un laboratorio para la mayor o menor valoración de la experiencia en la vida política. Se trata de procesos orgánicos que interesan mucho a los cargos, bastante a los militantes y nada a los votantes. El partido es de los cargos, las primarias de los militantes. Ellos deciden si debe prevalecer la experiencia o la inexperiencia. Si muchos militantes de base aspiran a convertirse en cargos, el discurso de la renovación tiene el terreno abonado. Si la dirección regional, que ha alcanzado el poder por esta vía, promueve ese discurso, no solo la inexperiencia es un grado, sino que la inexperiencia absoluta es una alta graduación.
La reducción al absoluto lleva a la reducción al absurdo. Quien no ha demostrado nada nunca ha de convencer a sus compañeros de que esa es su principal virtud, la que le hace más idóneo que nadie para dirigirles. A la hora de la verdad, los candidatos tienen que presentar una hoja de servicios, con más o menos experiencia, aunque alguno la esconde en primarias, porque presupone que la falta de experiencia le identifica más con los militantes no experimentados.
Mientras los militantes escogen entre la voz de la experiencia y la voz de la inexperiencia, los ciudadanos escogen La Voz de Galicia.