Pocas cosas hay más poderosas que una mentira bien contada, porque si surten efecto es porque se adaptan a lo que el destinatario quiere oír. Y nada nos gusta más que todo aquello que confirma nuestros prejuicios. Tal es el fundamento de la posverdad y la explicación del éxito de la propaganda independentista. Una propaganda en la que nada hay de cierto, todo es mistificación y engaño, desde una historia falseada para inventarse un glorioso pasado que nunca existió hasta la artera manipulación del presente con la única intención de hacerse pasar por víctimas de unos agravios que solo existen en su imaginación. ¡Y sobre esos cimientos se quiere montar un país!. Bueno, en realidad, lo único que van a conseguir es dañar lo que tanto esfuerzo y tantos años nos ha costado construir: una sociedad moderna, plural, abierta y tolerante. Porque, a la larga, la mentira solo lleva al desastre. La única duda es saber cuánto tiempo se prolongará la mentira para hacerse una idea de la magnitud del desastre.
Fracasado su sueño independentista estrellado contra la realidad, ahora intentan justificarse con la estrategia de sostenella y no enmendalla. Para ello intentan hacer valer la carpetovetónica caricatura de una España franquista, violenta, represora y, para colmo, que prepara un pucherazo electoral. Lo malo no es que tal sarta de sandeces la digan quienes han demostrado ser unos maestros de la mentira. Lo malo es que haya quien se las compre fuera y, aún peor, dentro de España. Porque el enemigo más peligroso siempre está en el interior. Y nada hay más despreciable que intentar obtener un rédito particular destrozando todo cuanto somos.