La capacidad de los independentistas para manipular la realidad tergiversando el sentido de las palabras es digna de admiración. Así levantaron un país imaginario, y con similar estrategia Puigdemont les dio la vuelta a las encuestas. Al victimismo habitual sumó la idea de restitución de las instituciones supuestamente usurpadas por los enemigos de Cataluña. Y con eso encarnó el ideal soberanista y superó a ERC. La idea ha calado y ayer la asumió el nuevo presidente del Parlamento catalán. Con la ambivalencia propia del lenguaje, intentan hacernos ver algo que no existe. Ni el autogobierno fue usurpado ni las instituciones catalanas ocupadas. Salvo, si acaso, por aquellos que se instalaron en ellas para apropiárselas y utilizarlas como instrumento para conseguir sus fines particulares, no los del conjunto de la sociedad. Así que, en realidad, la restitución del autogobierno se hizo cuando se recuperó la legalidad y se devolvió el poder de decidir a los catalanes, a todos los catalanes.
Restituida la legalidad, lo que toca ahora es poner en marcha nuevamente las instituciones de todos según las previsiones constitucionales y estatutarias. Que no es lo mismo que devolver a Puigdemont algo que, por mucho que lo repita, no le corresponde. Allá los soberanistas si se empeñan en una investidura imposible. Tienen la mayoría parlamentaria, y nadie se la discute. Podrán investir presidente a quien consideren oportuno... dentro de la legalidad. Porque el voto no conlleva el indulto de los delitos ni el ámbito de la política está por encima de la Justicia. No entender esto es no entender la democracia. Y, por supuesto, convertiría en huero el deseo expresado por Torrent de coser la sociedad catalana.