Los azulejos de Portugal

César Casal González
César Casal AL ROJO VIVO

OPINIÓN

NICOLAS ASFOURI | AFP

23 ene 2018 . Actualizado a las 08:36 h.

El sueño de Iberia con una segunda capital atlántica en Lisboa es solo un sueño. Un fado, con esa letra de tristeza que arrastra la melancolía. España no es capaz de ponerse de acuerdo consigo misma (Cataluña, etcétera) como para sumar con Portugal un enorme territorio ibérico que podría ser muy próspero. Pocas ciudades más bellas que Lisboa en el mundo. Ya saben, hasta el Tajo se abre y detiene en su desembocadura para paladear despacio y con tiempo la hermosura de la Alfama. Pero Portugal es hoy más que una postal. Es un país con músculo en su eje atlántico. En la serie que estamos publicando en La Voz se analiza con evidencias y con mucho periodismo del único que sirve, pateando los lugares que vas a contar, cómo nuestros vecinos han logrado atraer inversión exterior tras salir del rescate de la troika. Cierto es que también estamos explicando los desequilibrios y la brecha social enorme entre la costa pujante y el interior hundido, donde hay jubilados que intentan vivir con 200 euros. Conviven el portugués que va a restaurantes de moda en Oporto y al que le van muy bien las cosas con el que hace lo que puede en el interior por salir adelante, ese que sufrió la afrenta tercermundista del incendio masacre de Pedrógão. Portugal hoy es Madonna eligiendo Lisboa para que crezcan sus hijos, con un PIB que aumenta a buen ritmo, pero con una deuda todavía gigantesca. Son las luces y las sombras de un proyecto de país que tiene una ventaja sobre España. Una enorme ventaja: es un solo territorio, no 17, un Estado centralizado. Hay solo una forma de educar. Una única versión de su Historia. Además siempre han ido por delante en los idiomas, por ejemplo. No sufrieron las películas en español del franquismo y pudieron educar su oído con versiones originales y subtítulos que son tan necesarias para que el inglés no sea de relaxing cup of café con leche en la plaza Mayor. Así y vendiendo muy bien una supuesta neutralidad se han quedado con puestos relevantes en la diplomacia mundial. Claro que hay algo tan español que haría imposible seguir ese mismo camino de humildad: esa carga genética que nos hace ir de sobrados cuando es lo último que debemos hacer. Así nos va. Mirarse en los azulejos de Portugal, con sus brillos y sus oscuros, sería una manera estupenda de espabilar en esta España que está en pausa política de forma casi crónica.