Es difícil hacer un programa sobre la depresión y que triunfe. Pero el domingo Jordi Évole consiguió enmudecernos gracias al testimonio de varias personas que han pasado por la enfermedad o que la han sufrido de cerca. Évole nos dio otra visión acercando de manera extrema la cámara a quienes tenían algo que decir. Aumentando, con esa sutileza que da la verdad, el foco de una realidad que nos parece ajena. Y que, en cambio, nos toca tan de cerca. Uno de cada cinco la sufren. A uno de nosotros nos va a tocar al lado. Por eso hay que aplaudir la valentía de todos ellos y en especial la valentía de Iván Ferreiro, el único de todos al que conocíamos. O creíamos conocer, porque lo que nos aportó Iván fue un relato durísimo de una enfermedad a la que, como dijo él, hemos banalizado muchas veces diciendo eso de ‘venga, que el mal rollo se te pasa tomando unas cañas’. Pero Iván le puso otro lenguaje. Nos confesó, como en una charla entre amigos, que teniéndolo todo, habiendo conseguido todo lo que soñaba, dedicándose a lo que más le gustaba, era infeliz. Y no tuvo miedo a decirlo públicamente ni a contar que sus hijos lo han llegado a ver como un viejo, con menos fuerza que el abuelo. Iván Ferreiro nos dio una lección, nos inspiró una vez más abriéndonos a una enfermedad a la que, añadió, resulta imposible ponerle música porque en la depresión hay mucho dolor. Era difícil hacer un programa así y que triunfase, pero Évole nos ha vuelto a hablar de tú a tú.
Gracias, Iván, por ser tú.