Soy consciente: acabo de titular esta crónica con una de las palabras que más molestan a los independentistas: «abducidos». Pero me parece la más ajustada a la realidad que se está viviendo en torno al expresidente de la Generalitat. Veamos: el señor Roger Torrent, presidente del Parlamento de Cataluña, hizo ayer lo único que razonablemente podía hacer y sorprendió a todos con la decisión de aplazar el pleno de investidura hasta poder celebrarlo «con todas las garantías». Entre las soluciones posibles, era la más sensata. Incompleta, porque mantiene a un candidato imposible como Puigdemont, pero sensata. Lo insensato hubiera sido proceder a la investidura nula y delictiva de un fugitivo. Y el fenómeno de la abducción se constata cuando se contemplan las consecuencias del aplazamiento: un seguimiento de Puigdemont apasionado, irracional y ajeno a cualquier posibilidad legal.
Digo apasionado porque los ciudadanos que ayer parecían dispuestos a asaltar el Parlamento se empeñan en su defensa como si se tratase de una divinidad. Digo irracional porque parece que nadie entre los manifestantes se ha parado a pensar si puede haber otro candidato que no presente los riesgos que presenta el suyo. Y digo ajeno a cualquier posibilidad legal porque no entra en ninguna lógica que se pueda gobernar Cataluña desde Bélgica ni es factible que ese candidato esté dispuesto a cumplir las elementales condiciones que le impone el Constitucional.
¿Cuáles son, pues, sus méritos para abducir a tanta gente? De gobernación no pueden ser, porque los resultados han sido nefastos. De valentía que le pueda dar aureola de héroe, tampoco, porque huyó vergonzosamente de España. De lealtad a sus compañeros de partido y de ideas, menos todavía, porque los engañó con su escapada. De solidez de principios no hay pruebas desde el día que se achantó ante los gritos de «traidor» a las puertas de la Generalitat. Y de atractivo intelectual no puede presumir, porque no se le conocen aportaciones al pensamiento que no sean las de calificar al Estado de opresor.
¡Ay, amigos! Pero él y los suyos son maestros de la manipulación. Cuando se les sugiere que busquen un candidato sin causas pendientes con la Justicia, ellos lo traducen por que «los jueces les quieren imponer un presidente». Cuando el Gobierno o los tribunales aplican la ley, ellos lo califican como «fraude de ley». Al prófugo lo llaman exiliado. Si alguien de Esquerra propone sacrificar a Puigdemont, lo acongojan llamándole agente de Rajoy o del 155. Y así, cada día y cada hora. ¿Resultado? Están fabricando un caudillo. Y lamento decirlo: el Estado o no se da cuenta o no encuentra la forma de impedirlo. No sabe responder a la manipulación.