El pasado 8 de febrero, el Diario Oficial de Galicia publicaba un decreto de la Consellería de Medio Ambiente y Ordenación do Territorio en el que se modificaba la composición del Observatorio Galego de Educación Ambiental. Sorprendentemente, el decreto añade: «Neste mesmo sentido, procede incorporar na disposición derrogatoria única un parágrafo no cal se recolle a derrogación expresa da Orde sobre protección do acivro (Ilex aquifolium, L.) no territorio da Comunidade Autónoma de Galicia, co obxecto de reforzar a seguridade xurídica que esta derrogación supón no ámbito ambiental, dadas as dúbidas que nos ámbitos económico e social están a derivar desta orde». Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid.
Basta acudir a un artículo de mi hermano José, en la revista Ardeola de la SEO/Birdlife del año mil novecientos ochenta y cuatro, para leer: «la presencia masiva de IIex en el bosque suaviza la época ecológicamente más dura para las aves, permitiendo el asentamiento de una notable población de pásseres entre los que destaca el zorzal alirrojo». Ha pasado mucho tiempo y hoy la información sobre la importancia de las especies de hoja perenne en el invierno de los bosques caducifolios es mucho más precisa y, por eso, la decisión más grave.
Si el citado decreto viniera acompañado de referencias publicadas sobre la idoneidad de tal decisión es obvio que no escribiría este artículo. Pero cuando la base de tal cambio tiene el sustento de la absoluta ignorancia de cómo funcionan nuestros bosques, cuando una decisión como esa carece de la más mínima base científica, resulta imposible no pronunciarse. Obviamente ya han aparecido justificaciones sobre tal decisión relacionadas con facilitar las talas de bosque aunque afecte a los acebos.
Desde hace bastante tiempo, las cuestiones ambientales están en manos de políticos que carecen de una mínima formación en ese campo. Los ministerios y consellerías se llenan de gestores, que aún no sé lo que es eso, abogados, administradores de empresas y economistas, expertos en juzgados y dinero. Ninguno tiene la menor idea de lo que es una especie en peligro, lo que representa un espacio natural o cual es el papel de las interacciones entre plantas y animales. Sin embargo, toman decisiones sobre qué especies se deben proteger o sobre los cambios en la legislación ambiental.
La ignorancia tiene que tener un límite, no lo dice la Constitución, pero lo digo yo. Creo que fue Albert Einstein, quien dijo: «Todos somos muy ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas». Consulten a los investigadores, lean la opinión del Colegio de Biólogos o pregúntenle al urogallo, si aún nos queda alguno por ahí vivo.
No sé si esta noche podré dormir y no por el futuro del acebo, que también. Me pasaré las horas pensando qué hace un observatorio que nada observa, qué sabe del acebo quien firma la orden y por qué desproteger el acebo refuerza la «seguridad jurídica». Pasan los años y no alcanzo a entender por qué un ignorante con poder político puede determinar nuestras vidas, la de los zorzales y la del acebo.