
La polémica campaña del 8M hace aflorar el choque generacional que vive el BNG sobre cómo encarar el futuro
04 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Ocurrió hace tres años. El BNG estaba en sus horas más bajas, consumido por la opa hostil que le lanzó el conglomerado de las mareas, y se decidió a buscar un Moisés entre sus jóvenes valores para hacer la travesía del desierto. Así afloró el nombre de Carlos Callón, el carismático expresidente de la Mesa pola Normalización Lingüística, que consiguió que el núcleo irradiador de la organización le aflojara la correa para salvar la presencia nacionalista en Madrid con una campaña más fresca y rompedora.
Para remarcar su apuesta por la diversidad, Callón tuvo la ocurrencia de aparecer en un vídeo besándose con otro hombre, con Francisco Jorquera, un gesto dirigido únicamente a llamar la atención y a conectar con las nuevas generaciones, pero que acabó encendiendo las alarmas entre la vieja guardia. De hecho, el ya desaparecido Bautista Álvarez, uno de los padres fundadores de la UPG y el BNG, deslizó su irritación en un artículo preguntándose si era así como se pretendía liberar la patria gallega y pidiendo que se retirara el timón de la nave del Bloque de las manos de grumetes.
Aquella labazada a Callón fue dirigida a toda la nueva generación del BNG. Por supuesto también tenía como destinatarias a las ahora diputadas Olalla Rodil o Noa Presas, que compartieron cartel electoral con Callón en el 2015, o incluso la actual portavoz nacional, Ana Pontón, que junto a dos de sus principales colaboradores en la dirección, Xavier Campos y Rubén Cela, forma parte de esa hornada de dirigentes nacionalistas nacidos con posterioridad a la muerte de Franco, gente que piensa en digital, que maneja con fluidez las redes sociales y que, aunque respeta a los veteranos, no está dispuesta a pedir permiso en cada momento para ser protagonista de su tiempo político.
Tapar lo esencial
Con la controvertida campaña del 8M, que coloca en su lema una ordinariez del tamaño de la palabra cona, ocurre otro tanto de lo mismo. Pilar García Negro, feminista y combativa en tantos frentes distintos, no tardó en rasgarse las vestiduras. «O meu mundo é outro, o meu planeta, distinto», escribió la veterana dirigente para censurar, como con Callón, que el reclamo de un beso entre hombres o una palabra vulgar acaben tapando lo esencial de la acción política para cualquier nacionalista: la liberación de la patria.
La crítica de Garcia Negro, recibida con simpatía y contrariedad a partes iguales, abrió una fisura en el seno del BNG más monolítico y cohesionado de la historia, aunque no se trata de una fisura de carácter ideológico, sino generacional. Ana Pontón resolvió la polémica declarando su «gran estima política» por la diputada a la que sustituyó en el pazo de O Hórreo y García Negro telefoneó a su jefa de filas para devolverle los elogios y extenderse en explicaciones.
Ana Pontón fue la persona elegida por el partido guía, la UPG, para dirigir la nueva etapa del Bloque. No era un Beiras ni un Quintana, de quienes nunca se fiaron del todo en el núcleo irradiador. Por primera vez está alguien de la U al mando, que exige que le suelten la correa. Pontón y sus auxiliares de la nueva añada quieren protagonismo, están dispuestos incluso a equivocarse, pero dejan claro que no pedirán permiso para tomar decisiones.