Es sabido que la maldad humana no es una psicopatía, solo hay que proponérselo. Tras los perfiles de asesinos convictos y confesos suelen encontrarse personas de apariencia cordial, buena vecindad y trato amable en diferentes momentos del día, que pueden liberar en un momento dado al monstruoso Mr. Hyde que anida en algún lugar recóndito de su propio Dr. Jekill, para convertirse en lo más bajo de los especímenes humanos. Cuando el daño se hace sobre un menor, indefenso entre los indefensos, se ve con demasiada frecuencia que a quien se quiere afectar es a quienes le dieron la vida, precisamente por el hecho de quitársela.
Sonia Vaccaro, psicóloga feminista, ha acuñado el término de violencia vicaria para designar la que se ejerce sobre la descendencia por parte de quien quiere causar el mayor de los daños posibles: el sufrimiento por el daño causado a su hija o a su hijo y su pérdida definitiva. Desgraciadamente, en los últimos tiempos hemos encontrado numerosos casos de violencia machista con esa intención de producir un dolor que no se calma jamás, buscando la tortura perfecta.
En el caso del malogrado Gabriel Cruz todo apuntaba a un final terrible. El pequeño viajaba estos días por las redes en forma de pececillo amarillo con el que los internautas se solidarizaban en un intento imposible de ayudar a encontrarlo. La esperanza se desvanecía a medida que pasaban las horas. Apareció, por fin, en el coche de Ana Julia Quezada, encerrado en el maletero y sin su camiseta, el indicio que llevó a los investigadores hasta la nueva pareja sentimental de su padre, Ángel Cruz. Hemos visto unidos a la madre y al padre pidiendo la devolución de su hijo que hasta el último momento quisimos creer secuestrado o perdido, antes que muerto, pero ya no estaban juntos. Ella, en pareja con un hombre condenado a alejamiento por malos tratos; él, con la joven dominicana que resulta ser la principal sospechosa. No es momento de elucubrar sino de dejar que la investigación siga su curso y de que la justicia determine culpabilidad y castigo con una actuación justa, aséptica y eficaz.
Solo nos queda ese consuelo y la voluntad de intentar construir una sociedad donde la violencia sea una excepción en vez de un recurso cada vez más frecuente para quien cree que con ella puede canalizar su odio o su maldad. Tal vez algún día logremos que el mundo deje de ser un lugar peligroso para vivir, no a causa de la gente mala -en frase atribuida a Albert Einstein- sino de quienes no hacen nada al respecto. Hay una violencia que se ejerce sobre la descendencia por parte de quien quiere provocar el mayor de los daños posible, un dolor que no se calma jamás, buscando la tortura perfecta