El crimen ocurrido estos días en la localidad de Níjar produce tal perplejidad por la imposibilidad de comprender eso que empuja a una mujer, que está aparentemente en una posición homóloga a la madre, para matar a este niño, al que se supone debería proteger. Nos asaltan las preguntas sin respuesta. ¿Qué ha podido suceder en su cabeza para actuar de este modo? ¿Qué lugar ocupaba este niño para esta mujer? Si este niño era sentido como un estorbo para ella, ¿cómo pasar al acto? Lo que impacta también es esa continuada actuación ante los medios, su pareja, la familia... presentando unos sentimientos de apoyo, una sobreactuación que rayan la crueldad, que desvelan una mantenida falsedad que llega incluso, a partir de los hechos, a reabrir un caso judicial cerrado, poniendo en cuestión su inocencia en aquel y su posición como madre.
La mirada de la sociedad se horroriza porque desearía que la relación entre padres e hijos fuese un espacio donde no surgiesen dudas, un lugar donde justamente lo que se espera es la garantía de la reproducción, la protección y el cuidado. Se nos presenta, de golpe, el mundo al revés. Un sinsentido que nos horroriza, un sin ley. Sin duda porque, además, la maternidad es la sublimación más natural de la feminidad y la más idealizada hoy en nuestras sociedades. Si eso anda mal, nos muestra lo ilimitado y la peor cara de un goce femenino que termina en una decisión tan funesta.