Hace ahora cinco años de la elección del cardenal Jorge Bergoglio como papa. Una sorpresa para el afectado que contaba con el regreso a Buenos Aires a donde no ha vuelto desde entonces. La novedad de un Papa, no venido de lejos en un mundo globalizado, pero sí desde la referencia histórica, como había ocurrido con Juan Pablo II. La decisión, adoptada con rapidez, confirmaba que era la persona indubitada para conducir la barca de la Iglesia en la dirección que había manifestado en reuniones previas al Cónclave y que ha desarrollado después de ser elegido. Se trataba, en uno de sus expresivos términos, de una Iglesia «en salida», distinta a la actitud de quien se limita a esperar al cliente, yendo a todas las periferias existenciales, con especial referencia a los excluidos, los que son objeto de descarte de cualquier tipo.
El meollo de su mensaje consiste en comunicar la «alegría del Evangelio» en el mundo actual. La proximidad se erige así en un medio necesario que permite escuchar y, también en sus palabras, acoger, acompañar, discernir, integrar. Establecer puentes, sin atajos, que hagan posible el diálogo, del que es subrayable la Encíclica Laudato si, sobre el cuidado de la casa común. En un libro reciente, que recoge algunas conversaciones con un sociólogo francés a lo largo de un año, ha reiterado la necesidad de la comunicación. La ha practicado con la espontaneidad de sus declaraciones y con variados gestos desde el principio: residencia en Santa Marta, coche utilitario, acogida de las personas sin techo o inmigrantes... En todo ello ha dejado la impronta de su personalidad, autodefinida como un Pastor que ha puesto especial énfasis en la misericordia, el nombre de Dios, y con ello la importancia del perdón en una Iglesia de pecadores.
La buena acogida, la popularidad podría decirse, la autoridad moral de Francisco es un dato. En ocasiones se le ha presentado, desde parámetros sociopolíticos, como el gran reformador de la Iglesia católica en contraposición con sus antecesores. No lo confirman las citas que de ellos hace Francisco en sus escritos. El cristianismo ha reiterado no es una ideología, sino un encuentro con una persona que le da el nombre, ni la Iglesia es una oenegé. La clave de toda su actuación no hay que buscarla más que en el Evangelio, sin cuya comprensión se desvirtúan respuestas del papa que pueden desconcertar. En la citada entrevista sostiene que no debe haber confusión sobre la naturaleza de las cosas; los elementos que forman parte de la persona no han cambiado
Quizá la mejor manera de conmemorar este lustro sea leer lo que Francisco ha escrito, que no siempre llega al público en su integridad. Orienta sobre cuestiones fundamentales: guerra, discriminaciones e injusticias sociales, las tres T (tierra, techo, trabajo), derecho a la vida, amor, familia, matrimonio y uniones civiles, ideología de género, laicidad abierta a la trascendencia o el estímulo al compromiso político no confesional con el bien común.