Ossorio, un gallego fantástico

Ignacio Benedeti TRIBUNA

OPINIÓN

05 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

R esulta asombroso que, coincidiendo mañana, 6 de abril, con el centenario de su nacimiento no se ponga en valor como merece la obra de un coruñés, Amando de Ossorio, que, aunque institucionalmente olvidado en su región, es un director de culto internacional, cuyas películas, especialmente en los países anglosajones, se siguen vendiendo, continúan emitiéndose por televisión y son objeto de estudio por parte de universidades y filmotecas.

La dilatada carrera de Amando de Ossorio en el mundo del cine abarca mas de cuatro décadas, entre 1942 y 1984, período en el cual dirigió 17 largometrajes, así como numerosos cortometrajes e incontables trabajos publicitarios. Su tetralogía de los templarios -compuesta por La noche del terror ciego (1971), El ataque de los muertos sin ojos (1973), El buque maldito (1973) y La noche de las gaviotas (1975)- da una nueva vuelta de tuerca al cine de terror incorporando una evolución: los muertos vivientes ciegos. Los zombis de Ossorio son caballeros templarios guiados por el sonido de unas víctimas cuya sangre les sirve de alimento. Esta serie de cuatro películas, que ha influido en autores como John Carpenter, se encuentra, bajo el título The blind dead, permanentemente reeditada en los Estados Unidos con los DVD presentados en un atractivo cofre con forma de ataúd.

Amando de Ossorio nace en la coruñesa calle Real, enfrente del Cine París, en el seno de una familia acomodada, vinculada a la cultura. Debido a su problema de salud, el joven Ossorio consigue librarse de la más incivil de las guerras, la Civil. El Banco Español de Crédito, nada más aprobar las oposiciones, lo traslada a su ciudad natal, donde Ossorio compagina su trabajo mañanero como bancario con una activa vida cultural vespertina en su atelier de la calle San Andrés. Todo ello lo simultanea con la sección Lacalle y yo, publicada en La Voz de Galicia.

Amando de Ossorio, desoyendo los consejos familiares, abandona el banco y, en 1949, se muda de forma permanentemente a Madrid. Para darse a conocer en los ambientes culturales de la capital, es bien conocido su ardid en el mítico Café Gijón, parada obligada para muchos intelectuales: un camarero, convenientemente gratificado, voceaba el nombre Amando de Ossorio por todo el local diciendo que lo llamaban por teléfono.

Su debut como director de un largometraje, basado, como todos en su filmografía (incluso los de encargo), en un guion propio, es el primer alegato rodado en España contra la pena de muerte, La bandera negra (1956). La película se rodó sorteando todas las trabas posibles en una época en que la pena capital estaba vigente en prácticamente toda Europa. Su clasificación, por el organismo gubernamental competente, como de tercera categoría, no solo la impedía acceder a cualquier ayuda oficial sino que, en la práctica, imposibilitaba de facto la distribución en salas de cine de las 29 copias que salieron del laboratorio, circunstancia que casi arruina al productor y apartó a Ossorio del mundo del largometraje hasta 1964, cuando es contratado parar rodar un wéstern, La tumba del pistolero, cuyo guion escribe mientras se filma. La excelente recaudación consiguió materializar varios encargos, como Escuela de enfermeras (1964), Rebeldes en Canadá (1965), Pasto de fieras (1966) y La niña del patio (1967). Ossorio pudo conseguir financiación para Malenka (1968), con Anita Ekberg, una aproximación al género de terror y la fantasía que ya nunca abandonaría.

En 1971, Amando de Ossorio pasa a la plantilla de NoDo, lo que le permite preparar y rodar la tetralogía templaria que ubica su nombre entre los grandes directores de cine de terror a nivel internacional. Su despedida del cine fue la coproducción hispano norteamericana Serpiente de mar (1984), en la que interviene un variopinto reparto internacional que incluye al oscarizado Ray Milland. Amando de Ossorio fue incapaz de concluir las dos últimas secuencias de Serpiente de mar. Ossorio, el gallego fantástico, se vio obligado a dejar este rodaje en camilla tras sufrir un ataque al corazón. Como me dijo Amando, en tono irónico: «La serpiente de mar… me mató».