Es verdad que la Justicia alemana le ha propinado un soberano sopapo a la española. Pero es aún mayor el golpe que ha asestado a la cooperación judicial europea. Porque, emulando el titular del artículo de ayer de Fernando Ónega, la decisión del tribunal de Schleswig-Holstein es un tortazo en toda regla, pero a la Unión Europea. Es inaceptable que los tribunales de un país reexaminen las decisiones de los de otro Estado miembro. Porque no son terceros países, son países que comparten un espacio judicial común. Y tal cosa supone, o debería suponer, el reconocimiento pleno y automático de la legalidad y de las decisiones de los tribunales predeterminados por la ley, que son o deberían ser los únicos legitimados y capacitados para valorar los hechos que se enjuician en una causa por ellos instruida. A nadie se le ocurriría pensar que un juzgado gallego, por ejemplo, examinara un proceso abierto en un juzgado andaluz por aquello de que el delincuente fuera detenido en Ourense. Por las mismas razones, porque sería una aberración, un tribunal alemán no debe decidir por uno español, o viceversa.
Los países de la UE compartimos unos principios que no pueden ser puestos en cuestión por ninguno de sus miembros y, en consecuencia, deben presuponer el reconocimiento automático del entero corpus legal de cada Estado. No hay motivo para poner en entredicho la obediencia a los principios y procedimientos fundamentales del derecho y del respeto a las personas que justifican el examen de las demandas de extradición. Si entre los Estados miembros de la UE nos tratamos como si fuéramos países terceros, entonces lo que hacemos es dinamitar la esencia misma de la unión política. Nos cargamos el sueño europeo, aquello que nos ha costado décadas construir, para reducir un espacio de convivencia a un mero espacio económico. Y así el brexit habría triunfado no solo en el Reino Unido.
Es inconcebible que un tribunal alemán, o de cualquier otro país, resuelva en una semana la causa más simple. Es, por ello, absolutamente inaceptable, inconcebible e inadmisible que hunda en unos días una causa tan compleja como la que instruye el Supremo. Es un desprecio a toda lógica y al sentido más elemental de la justicia. La instrucción del juez Llarena puede ser enteramente cuestionada, incluida la discutible acusación de rebelión. ¡Faltaría más! Pero por ello, y para ello, hay todo un sistema de recursos judiciales que permiten llegar a los tribunales europeos. Así que, garantías, absolutamente todas. Lo que no puede ser, bajo ningún concepto, es que la Justicia alemana sustituya o decida por la española. Y no es un asunto de nacionalismo, sino de sentido común. Si el tribunal de Schleswig-Holstein se ha excedido, que rectifique; y si la euroorden permite tal exceso, deberá modificarse su regulación. De lo contrario, la UE como espacio compartido habrá perdido su sentido y su ser.