Como es bien sabido los grandes grupos de la economía global acostumbran a chantajear a un país con eso de que si no nos rebajas los impuestos nos vamos. Siempre hay un lugar que se conforma con menos. O un paraíso fiscal. Es esta una lógica que conduce a impuestos cero. A financiar lo público con las rentas cautivas que no puedan, o sepan, salir del territorio. Algo se explica así el desplome de lo recaudado por el impuesto de sociedades en España. O lo que está pasando con el impuesto del patrimonio. Contribuyentes a los que, sobra decirlo, se la trae al pairo lo que suceda con la sanidad pública, la educación pública o los servicios a la dependencia. Para cada una de ellas confían en pólizas o proveedores privados. Es en este ambiente en el que, ya puestos, otros muchos blindan otras rebajas fiscales. Así sucede con los que cotizan por el tope máximo a la Seguridad Social, los que consiguen evaporar sus bases del IRPF, y así escapar de los tipos máximos, o los que enjuagan el IVA con millonarios mecanismos creativos. Todos en lucha permanente por pagar menos impuestos. Alardean de que el dinero se queda en su bolsillo. Tampoco esperan mucho de la sanidad, educación o protección social públicas. Cosas que según sus mejores expertos tienen una calidad y un futuro más que negros. Podría seguir con los ejemplos… pero el lector que haya llegado hasta aquí o no los necesita, o ya habrá dejado de leer. De manera que continúo con mi argumento. Estos días la novedad está siendo que nuestro ministro de Hacienda que se confiesa socioliberal, y de joven socialdemócrata no marxista, está consiguiendo hacer cómplices de esos gorrones fiscales a sectores sociales desfavorecidos del país. Cuando, en vez de actualizar los ingresos de los pensionistas les rebaja el IRPF, o cuando en vez de frenar la devaluación laboral y salarial del precariado los saca del IRPF. Alegría para todos. Lo malo del asunto es que en un país en el que los gorrones fiscales acaparan cada vez una mayor parte del PIB, mantener sus alegrías fiscales es tóxico para la sanidad, la enseñanza y la protección social (pensiones, dependencia) públicas. Y lo que pase con estas cosas sí que es crucial para esos sectores más desfavorecidos, sumados a la conga del dinero en el bolsillo, al caramelo tóxico de su rebaja fiscal. En esos dos ejemplos las cosas se podrían plantear de otra manera. Que todos los pensionistas actualicen por el IPC, que las pensiones mínimas estén por encima del umbral de riesgo de pobreza, con cargo a ingresos derivados de que no existan topes máximos de cotización. O que la contratación y el salario se ajusten en España a los criterios de trabajo digno y decente de la OIT, en vez de alejarnos de ellos a lo loco. No hacerlo así es remendar a un santo desvistiendo más a otro. Pues en España recaudamos ochenta mil millones menos (de aquellos gorrones) de lo que tendríamos que recaudar, si siguiésemos el patrón medio de la UE. Reforma fiscal sí, rebajas y amnistías: no gracias.