La gresca política nos hace vivir siempre un aparente desastre cotidiano. En cualquier punto de la historia, si uno escuchaba a la oposición descubría que atravesábamos momentos terribles en los que el país se hundía y se acababa el mundo. Siempre fue así. Incluso en los tiempos más placenteros de España. Afortunadamente, suelen ser exageraciones propias del oficio político, inundado de tremendismo y de falsa trascendencia. La realidad es que en esta tierra se ha estado viviendo más bien que mal, salvo un período de profunda crisis que innegablemente ha causado hondas heridas.
Ahora las cosas son muy diferentes. No es una exageración decir que pasamos por un gran proceso de descomposición que afecta al Partido Popular, a la política española en general y, lo más importante, al desarrollo, estabilidad y prestigio de España. La situación es insostenible, empezando por el Gobierno de Mariano Rajoy y siguiendo por una oposición que en gran parte está hecha jirones. Es el caso de un Pedro Sánchez que ha visto en la Gürtel una oportunidad de asomar la patita y exhibirse como líder de la oposición. Cree haber encontrado la plataforma adecuada que le salve de la irrelevancia y le dé alguna opción de llegar a la Moncloa. Por su lado anda Podemos, que además de tener el objetivo de echar a Rajoy y los suyos, siempre cabalga a lomos del cuanto peor, mejor. Y Ciudadanos a lo suyo, con Rivera que ya se ve de presidente y que actuará preso del tacticismo y de la ambición de poder.
El caso es que nadie piensa en clave de país. España es secundaria ante los intereses personales y partidistas. Hemos llegado a tal situación de deterioro que urge una catarsis. Ahora mismo, el Estado es débil. Incapaz de afrontar retos de gran envergadura como el desafío independentista catalán, así como otros asuntos estratégicos, tanto en lo social, como en lo económico y en lo internacional. ¿De verdad es posible combatir a los talibanes del lazo amarillo sin la unidad de los partidos constitucionalistas? ¿De verdad se puede atraer la inversión extranjera a un lugar en el que se está asentando la incertidumbre? ¿Podemos calmar a los pensionistas desde el desgobierno? ¿Puede España encontrar acomodo en el nuevo escenario mundial que se está gestando?
El enfermo tiene muy mala cara. Necesita tratamiento desde ya. Si muchos creemos que los catalanes se están suicidando como pueblo próspero con su disparate secesionista, hay sobradas razones para pensar que España está haciendo lo mismo a su manera. Aquí nadie reconoce nada, nadie construye, nadie abandona su sillón y nadie está dispuesto a aceptar renuncias en aras de un proyecto común.
Y así va España, camino de la descomposición, fruto precisamente de que hace tiempo que ha dejado de ser un proyecto común para estar en manos de un grupo de aprovechados, ignorantes y temerarios.