La ejecución del desahucio

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

PIERRE-PHILIPPE MARCOU | Afp

29 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mariano Rajoy ha sido desahuciado. Hundido en la cloaca, se ha quedado solo. En cuestión de días o de meses el actual inquilino abandonará la Moncloa. Si no lo desalojan el viernes será porque sus antagonistas se pelean por la pole position. Tanto Albert Rivera como Pedro Sánchez quieren ocupar el primer lugar en la parrilla de salida. Ambos exhiben sus credenciales. El líder de Ciudadanos, un análisis demoscópico que lo sitúa como favorito para ocupar el inmueble. Cabeza de serie, por tanto. El líder del PSOE, un certificado que lo avala como primer partido de la oposición. La alternativa, que se decía en la era del bipartidismo.

A Ciudadanos se le indigestó la sentencia de la Gürtel. Se estaba dando una panzada mientras el PP se consumía a fuego lento y, de repente, resurge el PSOE del ostracismo y pretende arrebatarle un trozo del asado. Por eso tardó en reaccionar e hilvanar un discurso ciertamente peregrino, incluido el concepto novedoso (I+D constitucional) de la moción instrumental y la chafallada del presidente-independiente-títere cuya única función sería la de convocar elecciones. Todo con tal de impedir el interregno de Pedro Sánchez. No vaya a ser que, contra pronóstico, el líder del PSOE levante cabeza y se consolide. Pero al argumento se le ve el plumero: hace dos años, Ciudadanos respaldó la investidura de Pedro Sánchez y ahora ni siquiera le sirve para pilotar la breve transición entre Rajoy y la llamada a las urnas. ¿Por qué lo consideraba apto para un mandato de cuatro años y no para conducir el país durante unos meses? ¿Exactamente qué ha cambiado? Esa es la pregunta clave que debería contestar Albert Rivera el próximo jueves.

El PSOE hizo lo que tenía que hacer. Nadie entendería que, ante el seísmo provocado por la sentencia, mirase hacia otro lado. Abstenerse o limitarse a la condena retórica sería irresponsable y suicida en un partido que lleva años suicidándose. Hubo cuatro mociones de censura en la historia de la democracia, pero ninguna tan justificada ni inevitable como esta, una vez que Rajoy no quiso asumir sus responsabilidades políticas y convocar elecciones. Los socialistas estaban obligados a presentarla, la ganen o la pierdan, porque ¿cuál era la alternativa? ¿Convertirse en cómplices, por acción u omisión, de un partido que participó en la creación de una trama de corrupción institucional, que compareció dopado a las elecciones, que se financió desde 1989 con una caja B y sobre cuyo presidente recaen fundadas sospechas de que prestó falso testimonio ante los jueces?

Rajoy se sabe desahuciado, pero va a vender muy cara su piel. No arrojará la toalla porque confía en el valor terapéutico del tiempo, ese minuto que, entre asalto y asalto, le permite al púgil sonado recuperar un chisco de aliento. Y cuenta, sobre todo, con la incapacidad de sus rivales de ponerse de acuerdo para ejecutar el desalojo. Ciudadanos impedirá que prospere la moción del PSOE. El PSOE bloqueará la moción instrumental de Ciudadanos. Si esto es así, quizá Rajoy sobreviva. Nadie lo quiere, pero todos lo admiten.