«Oyendo hablar a un hombre, fácil es / saber dónde vio la luz del sol / Si alaba a Inglaterra, será inglés / Si os habla mal de Prusia, es un francés / Y si habla mal de España… es español». Joaquín Bartrina, poeta y dramaturgo catalán, explicaba a finales del siglo XIX un fenómeno aún vigente. Bartrina podría confirmar, de hecho, su impresión, al constatar que la impecable respuesta legal frente al escandalazo en que se vieron implicados Iñaki Urdangarin y Cristina de Borbón no ha servido para mejorar la opinión que sobre nuestra democracia tienen muchos españoles.
¿En cuántos Estados europeos se habría procesado a una infanta real por delitos económicos? ¿En cuántos quien fuera yerno de un rey y es cuñado de su sucesor hubiera acabado dando con sus huesos en la cárcel, como le sucederá a Urdangarin, tras haberlo condenado ayer el Supremo a cinco años y diez meses de prisión? ¿En cuántos la respuesta del Estado se hubiera desarrollado con toda normalidad, demostrando, primero la policía, su profesionalidad y, después, el Poder Judicial, su total independencia?
Ante tales preguntas caben dos respuestas. Según la primera, lo sucedido en España con la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin no demostraría otra cosa que la podredumbre de nuestra democracia, donde la corrupción llegó a alcanzar incluso a familiares del jefe del Estado. Quienes sostienen esa tesis solo miran al dedo cuando señala hacia la luna y, por eso, creen que el descubrimiento policial, la labor informativa, el desarrollo procesal y la resolución judicial del caso Urdangarin son una prueba de cargo contra lo que llaman, por interesada sinonimia con el régimen franquista, el «régimen del 78».
Y aunque es verdad, sin duda, que el despiporre de corrupción que se vivió en España en nuestra mayor época de vacas gordas fue de tal envergadura como para que en él entrará también a pillar el yerno de quien entonces era rey, solo con una inmensa ingenuidad cabe pensar que en la reciente historia de las monarquías europeas el único caso de implicación en negocios sucios de familiares de una testa coronada ha sido el de Urdangarin y su mujer.
No: lo que ha hecho de España un caso peculiar entre las naciones de nuestro entorno no es tanto que esos familiares hayan utilizado su posición para hacer negocios sucios, sino la reacción sin contemplaciones del Estado democrático frente a tal escandalera. Ni los medios de comunicación, ni la policía, ni el Poder Judicial se frenaron en sus labores respectivas al encontrarse con unos hechos que colocaban en una posición muy difícil a la Jefatura del Estado. Tan difícil que solo logró salvarse, a la postre, con la sucesión hereditaria.
Por eso, lejos de apuntar a una supuesta debilidad o falta de calidad de nuestra democracia, lo que ha probado el completo desarrollo del caso Urdangarin ha sido su fortaleza y buen funcionamiento. No se dejen seducir por eso, por los cantos de sirena de quienes aspiran a verla embarrancada.