Toda sucesión en el liderazgo de un partido está condicionada por las circunstancias en que se haya producido el final de quien lo había ostentado. Las de ahora, por lo que se refiere al Partido Popular, son muy distintas a las del relevo de Fraga o de Aznar. Están ligadas a la moción de censura que, por más que se personalice en Rajoy, ha supuesto un rechazo al partido que le sustentaba en el gobierno. Si esto es así, lo prioritario sería reflexionar por qué ha podido ocurrir. Como mínimo, los casos de corrupción y el manejo del problema catalán han sido decisivos para el éxito de la moción. Aquellos vienen de atrás, pero lastran; este habría debido dar lugar a dimisiones, que no se han producido ante el bochorno internacional del 1-0, convertido en piedra miliar del independentismo. El proceso de desafección, sin embargo, venía desarrollándose en las distintas elecciones desde la mayoría absoluta. Con la emergencia de C´s, el PP ha dejado de ser la única alternativa en su espectro. Un problema latente es la redefinición de su identidad. La manta actual del PP, por querer cubrirlo todo, deja al descubierto cada vez más porciones de su posible electorado. Tal como se ha planteado la sucesión de Rajoy no parece que vaya a efectuarse una reflexión de ese tipo. Lo que predomina es amarrar la unidad del partido, no vaya a ocurrir lo que sucedió con UCD de una manera inevitable porque, ambiciones personales aparte, no era fácil la convivencia de posiciones ideológicas contrapuestas como demostró la realidad: unos al AP, otros al PSOE, o al efímero CDS de Suárez o al margen de la participación partidaria. En ese sentido el ideal es una candidatura de consenso negociado, sin confrontación real, aunque haya responsables o intrépidos que se atrevan a escenificarla, o simplemente porque el candidato reúna el suficiente número de votos que la haga imposible. Con ese planteamiento la persona es lo prioritario. Se la elige porque se estima que es la mejor por sus condiciones personales y su trayectoria pública partidaria. Una solución pragmática para los militantes. En poco tiempo se resuelve el problema inmediato y la manta del consenso cubre cualquier divergencia de fondo. La existencia de más de una candidatura haría hacedera la necesidad de exponer el programa o líneas de acción a seguir por cada quien en el mejor estilo democrático, pero no se justificaría con la finalidad de invalidar una de las presentadas por razones personales o ideológicas, como la que avisa el exministro de Exteriores Margallo si se presenta la ex vicepresidenta Soraya. La regeneración del PP y el modo en que se plantee, el cambio de su proyección descendente, el status de oposición y su ejercicio después de años en el poder no son tareas fáciles a resolver por la taumaturgia de un nombramiento que precisa visión de futuro. La cascada de elecciones que se avecina será un test sobre su acierto.