Feijoo se hizo a un lado. Decidió no sentarse en esa icónica y peligrosa silla vacía que separó en su día a Soraya Sáenz de Santamaría y a María Dolores de Cospedal. Fue el rey en el norte que, aunque tenía un ejército a sus órdenes listo para marchar, no quiso cruzar las fronteras de su territorio y lanzarse a la conquista de la capital. El presidente gallego evitó el error monumental que cometió en la ficción fantástica el personaje más noble de la saga Juego de tronos, el honorable y malogrado Ned Stark, aquel que perdió -literalmente- la cabeza por no aprender la lección de que en ciertas arenas políticas solo se puede matar o morir. Y por no recordar que la mayoría de sus antepasados que viajaron al sur tuvieron un triste destino.
Feijoo renunció a la sucesión. Sustrajo su figura a las intrigas, maniobras y jugarretas que a lo largo de los años han creado en la opinión pública la poderosa imagen de que el número 13 de la calle Génova de Madrid es un trasunto de la legendaria casa de las dagas voladoras. Y no por el dominio de las artes marciales.
Tal vez, solo tal vez, a Feijoo le haya asustado el panorama que se divisaba más allá de esa atalaya llamada Pedrafita. Y no solo porque el terreno de juego parezca embarrado y propicio para las luchas intestinas. Sino también porque la gran recompensa, el trono dorado de la presidencia del partido, ya no es lo que era.
Varapalos judiciales aparte, el PP se prepara para un curso político tremendamente complicado. Fuera de la Moncloa, y con muy poco poder territorial, tendrá que competir en unas municipales y autonómicas en las que contarán, en principio, con muy pocos aliados. La victoria de Pedro Sánchez ha cambiado el escenario político. Los socialistas, hasta anteayer una tropa desmoralizada a la que le comían espacio por la derecha y por la izquierda, han resucitado.
Gracias a la moción de censura y la estrategia de conformación del nuevo Gobierno se han adueñado de grandes parcelas del espacio político. Desde el puro centro (ese que casi siempre ha dado o quitado presidencias en España) hasta la izquierda. Y pretenden expandirse más gracias a medidas políticas cargadas de simbolismo y capaces de emocionar y polarizar. ¿El resultado previsible? El arrinconamiento de Podemos en un extremo y una forzada superposición de PP y Ciudadanos en el otro. Los de Rivera tendrían que dar una pirueta increíble para volver a posiciones centrales. ¿Y los populares? Pues lo dijo Rajoy. Tienen que estar listos para el combate -recuperar los votos trasvasados a los naranjas- en septiembre. Pero no tendrán al rey en el norte. El coleccionista de mayorías absolutas se queda a este lado del telón de grelos. Y espera, sin sufrir desgaste, que pase otro tren.