La BBC es el Shangri-La. «Quiero una televisión independiente, no objeto de disputa; como puede ser la BBC en el Reino Unido». No lo dijo ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias. Tampoco Albert Rivera. Ni José María Íñigo. Fue Mariano Rajoy cuando navegaba entre legislaturas y era presidente en funciones. Ese es el horizonte lejano mencionado regularmente por los que ambicionan el poder. Al margen de ERC, claro, ya que para los de Esquerra, como dijo Joan Tardá en el Parlamento, no hay que ir tan lejos, porque el modelo a seguir es TV3. Los políticos prometen la BBC. Pero en realidad quieren lo de siempre. La BBC, con sus defectos, como cualquier organización terrenal, es ese canal que realizó la primera retransmisión radiofónica de un partido de fútbol (Arsenal-Sheffield United, 1927). Es la cadena que, cuando la prensa londinense publicó las cifras que desnudaban la brecha salarial existente entre los presentadores y las presentadoras, montó directos prácticamente en el hall de su edificio central para abrir los informativos de fin de semana con el polémico asunto. La misma entidad que lo borda con un programa sobre los premios a los mejores ganaderos de Inglaterra sin caer en tópicos a lo Granjero busca esposa; que emociona con la retransmisión de un especial sobre Shakespeare; y que sobrecoge con un directo múltiple desde Alaska en el que monitorizan al mismo tiempo osos en la tierra y ballenas en el mar. Pero los británicos saben que es un trasatlántico que cuesta. Y que allí donde se use una radio o un televisor hay que abonar un canon anual de más de 170 euros. No siempre gusta. Que se lo pregunten a algunos brexiters y también a ciertos europeístas. Es lo que tiene la caja lista.