Gracias a que el curso universitario está en las últimas, pude pasar este fin de semana leyendo periódicos que, por editarse en Madrid o Barcelona, se atribuyen a sí mismos la pomposa categoría de «diarios de ámbito nacional». También pude seguir insufribles algarabías televisivas presentadas como enjundiosas sesiones de información y análisis. E incluso tuve paciencia para aguantar los espacios informativos de las diversas cadenas públicas y privadas que operan en España. Y por eso me pude enterar de que el congreso del PP se lo ganó un señor llamado Aznar -que estaba ausente y descarrilado-, a otro señor llamado Rajoy, que estaba presente, fue aplaudido y reivindicado sin tapujos en persona y obra, y que, además de haber renunciado a la tradición de los dedazos y las tutelas, no quiso competir, ni influir, ni capitalizar nada de lo que allí sucedió. ¡Así se nos informa y adoctrina a los españoles; y sobre esa algarabía vamos a construir una democracia avanzada, limpia e internacionalmente valorada!
Claro que solo el 90 % le dio la victoria a Aznar. Porque el 10 % restante, que no vio en las urnas el fantasma de Aznar, cree que el ganador del congreso fue Sánchez, ese que en mayo quiso dejar a Rajoy sin presupuestos, y que ahora le explica a Casado que dejarle a él sin un techo de gasto peligrosamente expansivo, al servicio de las componendas de la mayoría Frankenstein, sería una afrenta a los españoles, que quedarían privados de sus sagrados derechos a gastar lo que no tienen, y a ser favorecidos por un gasto electoralista que recuerda al Plan E, la última onda expansiva del zapaterismo.
Estos informadores, a los que tanto debo, son los mismos que vieron en Rajoy la esencia digital del aznarismo -¡que Santa Lucía les conserve la vista!-, y los que ahora no recuerdan -porque no les conviene- que fue Rajoy, precisamente, el que recentró al Partido Popular y metió a Aznar en vía muerta. Porque, aunque saben que ningún sucesor se ha mantenido en las mismas casillas que ocupó el testador, esta vez necesitan, para hacer ganadores a la coherente pareja Aznar-Sánchez, que Casado juegue hacia atrás, que se le haya pegado todo lo que vivió con Aznar y nada de lo que hizo con Rajoy, y que en una sucesión radical de nostalgias y regresiones, acabe implosionando ideológicamente hasta convertirse en otro Fraga Iribarne.
Desde el mismo momento en que se conoció el resultado que favoreció a Casado, una fantasmal consigna -toque analítico marxista- recorre España, para hacernos creer que el que ganó perdió; que los que ni estaban ni se les esperaba tienen más futuro que Neymar; que el favorecido Sánchez -que ahora pía para que el Partido Popular sea «responsable»- se adueñó del centro político desde el avión presidencial -con la ayuda inestimable de Rufián, Tardá, Puigdemont, Podemos y Colau-; y que el pobre PP, por el simple hecho de votar, ya saltó por los aires como una granada de piña.
Y nosotros, pueblo llano, ¡se lo vamos a creer!