Pasar el 14 de julio en León me ha hecho reflexionar sobre la tendencia que tenemos a minusvalorarnos. Al visitar la Basílica de San Isidoro, uno se encuentra con un pequeño monolito que recuerda que en el 2013 la Unesco declaró a León «cuna del parlamentarismo mundial», por la celebración en esa basílica de la primera Curia regia en la que se incluyeron a los ciudadanos considerados como «hombres buenos» de las diferentes ciudades del reino de Alfonso IX. Poco después, la televisión se inundaba con los fuegos artificiales que teñían con los colores de la bandera tricolor el cielo de París y de casi todas las ciudades de Francia, en celebración del aniversario del día de la reunión de los distintos estamentos franceses sin derramamiento de sangre que tuvo lugar exactamente un año después de la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1790.
Resulta sorprendente que nosotros no celebremos como se merece el hecho de haber sido el primer pueblo que logró ser tenido en cuenta a la hora de tomar decisiones cruciales. En aquel momento, Alfonso IX prometió no hacer «guerra ni paz ni pacto a no ser con el consejo de los obispos, nobles y hombres buenos, por cuyo consejo debo regirme». Bien es cierto que los historiadores están de acuerdo en que aquello se debió a la situación de inestabilidad que vivía el monarca, que no creo que en aquella época, por no decir nunca, los poderosos dieran nada al pueblo gratis et amore, pero bueno fue arrancar ese camino.
Llama la atención que Galicia no haga valer su peso en aquel histórico momento: cuando Alfonso IX describió a quienes le acompañaban, el primero entre ellos fue el Arzobispo de Santiago, por lo que hay que suponerle un gran peso en las decisiones y consejos que tomase el monarca, que, no olvidemos, era en aquel momento rey de León y de Galicia.
No está el horno para bollos con la pirotecnia, y no pediré que hagamos una celebración con fuegos artificiales tan espectacular como la francesa del hecho de que tan solo 6 años más tarde (en 1194), se publicaran las primeras «constituciones» de Galicia, pero ¡caramba!, un poquito de publicidad si le podríamos dar al tema. No sé cuánto de gallego hubo en aquel momento histórico de formación de las primeras «cortes» documentadas de la historia del mundo, si dejásemos aparte que Galicia y León eran un único reino en aquel momento, pero entre el hecho de la presencia como primera figura del Arzobispo de Compostela y la querencia del rey Alfonso IX por Galicia, donde pasó una buena parte de su vida posterior, seguro que si fuéramos franceses nos daba la cosa para tener un camino paralelo al de Santiago por el que transitar la historia del parlamentarismo. Y a lo mejor también para buscar un motivo de celebración en los hitos que nos han unido en lugar de regodearnos en los que nos ha separado.
Recordemos que la mayor parte de lo que vivimos y de nuestras desgracias personales no vienen dadas por lo que nos ocurre, si no por cómo nos tomamos lo que nos ha ocurrido, y que esto muy probablemente es aplicable también a los pueblos y países.