No queremos vender bombas a Arabia Saudí porque las van a utilizar. Antes sí queríamos, tanto que se las vendimos y se las cobramos. Pero el Gobierno de Pedro Sánchez decidió que el suyo es un Ejecutivo con principios y que los principios, como su propio nombre indica, son lo primero. Así que decidió que no enviaría la remesa de esos artilugios de destrucción y devolvería los más de nueve millones de euros que ya se habían cobrado.
Obviamente, a los árabes no les gustó que, primero, se ponga en cuestión el uso que van a dar a sus bombas (ya que al pagarlas pasaron a ser los responsables y dueños de su uso); y, segundo, que se haya echado atrás un trato, cosa que no les parece seria. Hicieron llegar a España su malestar e insinuaron que podrían tumbar, porque ellos también pueden arrepentirse de los acuerdos, el contrato por el que Navantia iba a construir cinco corbetas por un importe superior a los mil ochocientos millones de euros. Este trato significa unos seis mil puestos de trabajo durante varios años en Cádiz, que es donde casi al cien por cien se iba a desarrollar el proyecto.
Los andaluces ya se han echado a la calle a protestar por una medida que afectará a miles de familias de uno de los lugares más castigados por el paro en toda España. Tanto afecta el desempleo a los gaditanos que hasta el propio alcalde, el podemita archiconocido como Kichi, ha decidido que son compatibles el sonido de las bombas explotando en Yemen y el de las obras en los astilleros de Navantia. Kichi lo tiene claro, antes el pan de sus vecinos que las masacres a miles de kilómetros. «Me duele muchísimo cuando los derechos humanos entran en colisión con otros derechos humanos que es el derecho al futuro y el derecho a que suene el pito de la olla en tu casa», dijo el primer edil de Cádiz.
Mientras, en Galicia ya han puesto sus barbas a remojar, porque aunque las corbetas árabes iban a ser construidas por los andaluces, está claro que si el acuerdo se rompe, los ferrolanos acabarán viendo como serán salpicados y todo acabará traduciéndose también en pérdida de puestos de trabajo.
Y es que para gobernar hay que tener muy claros los principios. Se trata de una elección difícil, pero simple. O tengo unos principios que someten al pueblo, o tengo un pueblo que somete a los principios, que viene siendo lo mismo que decir que el pueblo son los principios.
Pero mientras el Gobierno de Pedro Sánchez se aclara con esta cuestión fundamental, la ministra de defensa ha quedado en situación delicada y España como país ha recibido una muesca en su credibilidad internacional. Porque si no queremos vender bombas, ¿para qué las fabricamos o tenemos?