No voy a engañarles: no tuve tiempo ni ganas de leer la sugestiva obra titulada Innovaciones de la diplomacia económica española, cuyo autor es el muy discutido don Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Tampoco creo que vaya a leerla este fin de semana, a pesar de mis buenos propósitos. Únicamente miré sus 342 páginas, bibliografía e índices incluidos, a golpe de ratón de ordenador. Por tanto, lo único que puedo decir es que no suena tan mal como habían (habíamos) dicho las malas lenguas: hay infinidad de referencias de autores a pie de página, hay más de un centenar de libros citados, hay suficientes citas de autoridad y hay una apariencia de rigor documental. Quizá no merezca el Nobel de Economía, pero es una pieza bien vestida.
Lo ocurrido desde el estallido del caso oscila entre lo cómico y lo dramático. La número dos del PSOE, doña Adriana Lastra, tiene que hacérselo mirar porque hay que echarle valor para argumentar que el escándalo fue inventado para ocultar la histórica noticia del decreto de exhumación de Franco. Y a la número dos del Gobierno, doña Carmen Calvo, habría que darle el carné de periodista por la lección informativa que nos dio: «Lo de Franco sí es noticia; la tesis, no». Lo dramático se vivió en la Moncloa, donde el señor Sánchez escuchó por primera vez la palabra dimisión referida a él.
Quizá por ese ambiente dramático se tomaron dos decisiones apresuradas: dar a conocer la tesis y someterla a la prueba del algodón de los sistemas tecnológicos detectores de plagios. ¡Albricias! ¡Prueba superada! El sistema que se había cargado a Carmen Montón salvó al presidente y a las 8 de la mañana en la Moncloa sonaron campanas de gloria: Sánchez no plagió. Por lo menos, no hay pruebas de que haya plagiado. Las grandes preguntas a partir de ahora son si ese dictamen tecnológico elimina el problema y si Pedro Sánchez recupera la reputación deteriorada que ayer apuntábamos.
Pues miren ustedes: eso no se sabe. El poder del Gobierno es mucho, pero todo depende de los medios informativos. Si deciden que el caso está cerrado, cerrado queda. Si deciden reabrir la guerra por la calidad de la tesis, por la supuesta poca categoría del tribunal de doctorado, por los errores de comunicación del Gobierno o por la falta de reflejos del presidente ante la pregunta de Albert Rivera, nos podemos entretener. Y en este apunte hay algo interesante: hablo de los medios informativos, no de los partidos políticos. Como las señoras Lastra y Calvo, el PP también se lo tiene que hacer mirar: ni un mensaje de auténtica oposición, ni una iniciativa de aprieto; silencio disfrazado de respeto y frases tópicas y estériles. Es lo malo de tener en casa un problema similar.