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Tras la entrada, ayer, del otoño astronómico, empieza hoy, con ácidos presagios, el otoño político, ese momento en el que Sánchez dejó de tener más luces que sombras, para iniciar su peregrinación hacia el solsticio de invierno, cuando las negras sombras del Gobierno bonito dejen reducidas sus luces y brillos a la mínima expresión. Lo que Sánchez interpreta ahora es la sonata de otoño, porque en esta tercera estación de su política -después del gobierno bonito que cerró la primavera, y de la algarada de patinazos y rectificaciones que caracterizó el verano-, llegan los fuertes vendavales, las lluvias torrenciales y los cambios impredecibles. Por eso es bueno que el auditorio tenga cierta idea de a dónde nos dirigimos.
Con ese pedagógico objetivo me permito comparar la estructura temática y temporal de la etapa Sánchez -pidiendo mil disculpas- con la magistral Sonata para piano n.º 14, Op. 27, n.º 2, en do sostenido menor, de Beethoven, una obra que empezó a escucharse en 1802, coincidiendo con el golpe de Napoleón contra la Revolución Francesa y con el inicio del vendaval político y bélico que, en el poco tiempo transcurrido entre 1802 y el Congreso de Viena (1815), puso Europa patas arriba, causó cientos de miles de muertos y empobreció a muchas naciones, aunque ahora lo contemos, asumiendo la memoria histórica inventada por los franceses, como el providencial tsunami que expandió el liberalismo entre los bárbaros.
Como si de un profeta se tratase, Beethoven marcó el primer movimiento de su Sonata, el Claro de Luna, como un adagio sostenuto, que, a través de un contexto pianissimo, que invita a la contemplación, aflora la intensa expresividad de su persistente melodía, definida por Berlioz como un lamento. Fue, como metáfora, la primavera de Sánchez. El segundo movimiento, marcado por Beethoven como allegreto, cuya tonalidad representa una ruptura estética y temática con el primero, ya anuncia, bajo una apariencia apacible y clásica, los fuertes sobresaltos que van a batuxar al oyente cuando la obra se dirija a su potente e imprevisible desenlace. Fue el verano de Sánchez.
El genio de Bonn, finalmente, abocó su Sonata 14 a un presto agitato que suscita temas y ecos -o preguntas y respuestas- en una vertiginosa cadencia, que, si bien no permite reparar en cada una de sus frases, transmite una sensación de agitación cósmica que nos desasosiega y nos deposita, agotados y rendidos, en la coda, convencidos de que «aquello» ha terminado, y que es mejor cambiar de aires.
Para perfeccionar su profecía sonora, Beethoven, que tenía un genio endiablado, formuló el tercer movimiento de su Sonata como un reto de interpretación al alcance de muy pocos, como si quisiese advertir que escuchar esta sonata de otoño, con Sánchez al piano, es como ponerle una vela a la desesperación y al caos. Por eso creo que, si usted no recuerda cómo es la Sonata 14, es el momento ideal para escucharla, y volver a leerme después. Gracias.