«O noxo»

Cristina Sánchez Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

01 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía Cela que en este país hay más gente dispuesta a escandalizarse que escandalosos y estos días, al oír hablar a los políticos sobre la inmoralidad de sus adversarios (léase mentira, corrupción, evasión de impuestos, etcétera), como si el único criterio de enjuiciamiento fuera la vida privada, sin tener en cuenta cómo desempeñan su cargo, me he acordado de ello. Pero sobre todo no puedo evitar sentir lo mismo que el personaje de O noxo (El asco), uno de mis cuentos favoritos de otro escritor gallego, Eduardo Blanco Amor. 

Se trata del perturbador relato de un niño llamado Abelardo que, como todos los de Os biosbardos (Las musarañas), antología en la que se integra, es pobre y siempre tiene hambre. En el pueblo en el que vive (la Auria de principios de siglo, escenario de muchas otras obras de Blanco Amor y trasunto de su Ourense natal), hay un personaje al que todos envidian: Fermina la panadera, una mujer que, a pesar de ser tullida, gorda y «rosmona» a más no poder, tiene la suerte de tener pan y todo tipo de sabrosas roscas.

Con el fin de que no les cobre el pan, la madre de Abelardo manda a su hijo a hacerle recados a Fermina. Esta se pone siempre muy contenta al verle y, entre otros favores como el de ir a comprarle «as píldoras para obrar», le pide que le lave los pies y le corte las uñas («grandes como sachos»). Un día en que el rapaz está haciéndole la pedicura, comienza a llover y ambos se meten en la trastienda que es como una «casa de ananos». Y aquí es donde la historia da un giro. Después de agasajar al niño con una cena de huevos fritos con patatas, chorizo, cebolla y pan, de beber una buena cantidad de vino y de eructar fuerte, Fermina se baja los pantalones y le muestra al niño las piernas: rechonchas por la parte del muslo y flaquitas de rodilla para abajo. Recordando su juventud, la panadera comienza a llorar y a despotricar contra su marido. Con la respiración cada vez más jadeante, le pide al niño que la rasque «máis embaixo, máis; más para o costado». Pero he aquí que a Abelardo, que siempre se ha mostrado resignado y sumiso, le da un repentino ataque de asco, le pega un empujón a la mujer y sale corriendo a la calle. Una vez fuera, la lluvia le da de lleno en la cara. Al final de cuento, el niño sabe que no tendrá más pan gratis, pero se siente feliz: el asco ha ganado la batalla al hambre.

Si tenemos este sálvame de la política en España es por nuestra culpa: lo permitimos y lo fomentamos. Pero como Abelardo, siempre estamos a tiempo de cambiar.