Los Comités de Defensa de la República aprietan e incluso ahogan. El problema es que la soga va de un cuello a otro como si esto fuese el juego de la oca. Que se lo pregunten a Quim Torra. Pasan los meses y en el independentismo sigue vigente la teoría del Judas rotatorio. Y ahora los más exaltados de la mesa lo señalan a él. ¿Cómo es posible que digan que hay un sol poble si ni siquiera existe un solo bando separatista? Tiene mérito hablar en nombre de Cataluña cuando el colega de aventura de al lado te acusa de alta traición. Cuando este tren acelera, unos piden más, como si esto fuera el Dragón Khan, pero muchos se marean. A un lado, el precipicio carcelario; al otro, la fuga. Vértigo para casi todos. Y el que frene o se baje es un botifler. Conviene, de vez en cuando, hacer un «prietas las filas» para que los señores del famoso y «clarísimo» mandato popular no se acaben devorando entre ellos. Más allá del rumbo, la cuestión es buscar esa argamasa que une: el pulso al Estado. Si hay un incendio en la nave nodriza, lanzamos un ultimátum a la Tierra y listo. Y ahí está Quim Torra, amenazando a Pedro Sánchez: o me das una propuesta de referendo o te quito las muletas en el Congreso. Así intenta aparcar el tira y afloja con los CDR, dejar atrás pequeños detalles, como el intento de asaltar un Parlament en el que los independentistas tienen mayoría absoluta. De Carles Puigdemont se dice que es un convergente que piensa como alguien de Esquerra pero que actúa como uno de la CUP. Algo es algo. Quim Torra está por definir. Pero hay algo que lo acerca a Artur Mas y a Puigdemont. Es otro político que no quiere ser recordado como el que redujo la velocidad de la locomotora.