Una educación

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

17 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día, en un aula universitaria, Tara Westover levantó la mano y preguntó qué significaba la palabra Holocausto. El profesor, ofendido, creyó que era una broma de mal gusto. Más tarde, la alumna descubrió que Europa no era un único país. Y supo que Napoleón no era un personaje inventado, como otros que le iba presentando Víctor Hugo. No se trata de una historia perdida en el tiempo. Asoman en sus páginas el Obamacare y Breaking Bad. Si no fuera por estos indicios, parecería que lo que cuenta el libro Una educación es de otro siglo, y no precisamente de finales del XX. La autora relata su propia vida en el seno de una familia de Idaho comandada por un padre trastornado y entregado al fanatismo religioso. El relato es como un microscopio que permite observar en el mismo portaobjetos todo tipo de virus y bacterias. La intensidad en señalar a los otros, los diferentes, los indignos, los enemigos. El desprecio por la ciencia y el conocimiento, por los médicos y las vacunas, por los libros y los profesores. La facilidad para reescribir la historia con la tinta de la conveniencia y el odio. El respeto por la vida contemplado solo en un plano teórico. La marca de la culpabilidad y el miedo: esto te pasa por separarte del rebaño, por vestir de forma distinta, por preguntar. El aplastamiento de la voluntad de la mujer. La represión de los disidentes. Y, en definitiva, el reinado del pensamiento único. La biografía de Tara Westover es el recorrido de una funambulista diaria. Su rutina era una brutal preparación para el fin de los tiempos, porque así lo quería su progenitor. Su viaje, alucinante. Nunca viene mal recordar lo grande y lo pequeña que puede llegar a ser la mente humana.