El último sobresalto se llama Alcoa. El último grito de los trabajadores de una empresa es el de «esto es una canallada». Y la última lección es que las amenazas siempre se acaban cumpliendo. Tardarán más o menos años, pero se cumplen.
Alcoa se ha distinguido por mantener en vilo a sus plantillas alentando el rumor del posible cierre de sus factorías, especialmente la de A Coruña. Algunos lo han entendido como una discutible estrategia empresarial para combatir el absentismo o para infundir el estimulante de la intranquilidad laboral. Ahora que había menos rumores y la situación parecía más serena, el rumor antiguo se ha convertido en antesala de una tristísima noticia: el cierre se va a producir. Una vez más, es una poderosa multinacional la que procede a dejar sin empleo a todos sus trabajadores de A Coruña y Avilés. Fríamente. Con la frialdad de un libro de contabilidad.
Es un golpe a centenares de familias gallegas y asturianas. Y es un golpe a la economía de las dos comunidades autónomas. Si hace poco cerraba sus puertas otra multinacional en la provincia de León, ahora le toca a nuestra tierra.
Mientras nuestros políticos debaten las cuentas del reino y hacen filigranas para sacarlas adelante o para hundirlas, la España de la economía real, la España del trabajo, la España que tiene a doce millones de personas en riesgo de exclusión social según el último informe, se somete con crueldad a las leyes del mercado, con las que siempre gana el más poderoso.
La multinacional Alcoa, como hoy informa este diario, lleva años practicando una política de llantos y quejas. Se quejó del incremento de los costes laborales cuando subían los precios y los salarios estaban estancados. Se quejó de la carestía de la materia prima. Se quejó de sus bajos beneficios, cuando lo importante es que en todo caso eran beneficios. Se quejó de la globalización y la competencia internacional; especialmente la de China, que produce masivamente y es la gran potencia en exportación. Y ahora aduce el precio de la energía, que supone el 40 por ciento de sus costes de producción.
Espero que esto último no sea cierto o, por lo menos, no sea la única causa, como dice la empresa. Si lo fuese, habría que exigir responsabilidades a quienes permitieron que el precio de la energía eléctrica se haya disparado como se disparó. Si empieza a producir cierres de empresas de alto consumo eléctrico, ya puede el señor Sánchez cambiar su política de transición ecológica: los ciudadanos lo pagan en su factura mensual, pero hay 369 en A Coruña y 317 en Avilés que lo pagan en algo peor, que es el empleo. Y en cuanto a las multinacionales, ya se sabe: siguen demostrando que son el capitalismo sin patria.
La multinacional lleva años practicando una política de llantos. Se quejó del incremento de costes laborales, de la carestía de la materia prima, de los bajos beneficios...