Sin Stan Lee, el cine de palomitas no sería hoy lo que es. Sin Stan Lee, el cómic de consumo de masas de los últimos 60 años no estaría donde está. Sin Stan Lee, dos de las marcas más populares de la cultura popular contemporánea, las de Hollywood y Marvel, no habrían llegado a sus cotas actuales. Hoy no serían dos enseñas planetarias. Existirían, claro que sí, pero para advertir esa dimensión global hay que hablar de Lee.
Que haya generaciones enteras de ciudadanos, desde Seúl hasta Quito pasando por Mera, que no hayan cogido un solo tebeo pero sepan quiénes son Spiderman, Los Vengadores, Hulk, Ironman o Daredevil se lo debemos a este tipo de mirada traviesa, inquieto, con esa sonrisa asomando bajo el bigote, con pinta de abuelo entrañable que esconde bajo sus gafas de sol unos años 60 irreducibles. Un hombre con una imaginación fabulosa, con el don para dar el personaje preciso en el momento justo, con la historia decisiva para seguir enganchando. Un tipo que convirtió su nombre y apellido en una marca propia: «Stan Lee presents...». Que vio el alumbramiento de los tebeos de superhéroes, que los hizo grandes, que vivió el declive (anoten ahí algunos errores propios, queriendo exprimir el éxito hasta el extremo) y que ha contemplado la remontada. Y que no se detuvo hasta que no le quedó más remedio, convertido al final por algunos (y también por esa ansia enfermiza de protagonismo) casi en una caricatura.
La alargadísima sombra de Stan Lee no debería tapar a otro personajes clave en el éxito del tebeo popular de Marvel: Jack Kirby. Uno de los grandes dibujantes de siempre, fallecido a mediados de los 90, sin llegar a contemplar lo que la tecnología sería capaz de hacer con sus personajes (en algunos casos, casi mejor que no lo viera).
Sin Stan Lee la cultura no sería igual. De pocos hombres y mujeres se puede decir algo parecido. Descanse en paz. Porque se lo tiene más que merecido.