Dieciocho meses. Es el tiempo que han tardado los británicos en bajar los brazos y capitular. Dieciocho meses mareando la perdiz y recurriendo a viejas tretas. Unas veces buscándole las cosquillas a Bruselas, otras seduciendo con cantos de sirena a alguna capital europea, a ver si alguna, desprevenida, se ponía de su lado. Arrancaron las negociaciones con arrogancia. Al Reino Unido le esperaba un futuro próspero fuera de la Unión Europea. No estaban dispuestos a firmar un divorcio a cualquier precio. «Somos un socio especial», sacaba pecho la premier Theresa May. Lo hacían sus empresarios, pescadores, su prensa. Pretendían quedarse con las llaves de la casa y el coche. Confiaban en poder engañar de nuevo a sus socios, como hicieron en 1973, y salir por la puerta grande, con privilegios bajo el brazo. Eran los primeros compases del réquiem del brexit. La torie todavía se atrevía a poner condiciones y lanzar amenazas veladas.
La oposición, los motines políticos dentro del partido conservador y la insubordinación de algunos ministros fueron desgastando sus costuras hasta convertirla en un trapo. A ella y al Reino Unido, donde las grietas sociales que ha dejado el brexit no se cerrarán en muchos años. Ayer May dijo basta tras resistir de forma numantina. Pidió clemencia y extendió su firma. Dijo sí a todo, exhausta, rendida y vapuleada por los mismos que empujaron a su país al precipicio. Era una cuestión de responsabilidad recoger los escombros de las ruinas que legó su antecesor, David Cameron. Ahora «solo» le queda fijar los nuevos cimientos y empezar a reconstruir desde cero un nuevo lugar para el Reino Unido en el mundo, si es que le quedan fuerzas. Y lo puede hacer de la mano de sus socios europeos. Es curioso, la premier siempre ha encontrado un clima más amable en Bruselas que en el número 10 de Downing Street, donde ni el gato Larry es un aliado fiable.
Somos muchos los que anticipamos de forma errónea la caída de May, quienes apostábamos por elecciones anticipadas. Y aunque nunca entró en mis quinielas la posibilidad de un segundo referendo, debo admitir que en esta última semana de vértigo, el atisbo de su sombra nos hizo dudar. «Que se vayan ya», se llegó a escuchar en los cuarteles de Bruselas. Paciencia. Las negociaciones no han hecho más que empezar. La de ayer solo fue la primera de las capitulaciones que podrían estar por venir.
Por el camino ya no se descarta nada. Ni siquiera el reingreso en la Unión Europea.