Júpiter no lo vio venir. Esto no le podía suceder… su país estaba con él. Pero cuidado: se trata de Francia, una nación que de la noche a la mañana no se ha vuelto ni radicalmente europeísta (obviando unas pulsiones soberanistas muy enraizadas) ni fervientemente liberal-reformista (todavía hoy es el país con mayor gasto social de Europa). La de los chalecos amarillos no es la primera revuelta en Francia… ni será la última, con toda probabilidad. Júpiter sí se dio cuenta de que su estrategia para impulsar el cambio en Europa había sido infructuosa. No se le pueden negar los esfuerzos, primero en casa (reformas internas para ganar credibilidad) y luego fuera, tanto a través de discursos grandilocuentes (el del Partenón, el de la Sorbona), como mediante propuestas concretas a sus socios (sobre todo, Alemania) para reformar la UE. No había tiempo que perder, pensaba, pero desde entonces lo que más ha habido es tiempo perdido.
Júpiter creía, en cambio, que en casa la cosa iba bien. Es verdad, se había encontrado con una innegable contestación, sobre todo en la reforma del sector ferroviario, pero nada que no se pudiese controlar. Es innegable asimismo que sus índices de popularidad estaban a unos niveles ínfimos. Pero la oposición política era muy débil y la Asamblea Nacional (el Parlamento francés) estaba totalmente controlada. Sí, Le Pen y Mélenchon tenían un cierto apoyo, pero hasta le venía bien tener a los populistas enfrente. Un gran líder necesita rivales.
Júpiter ha pecado, seguramente, de soberbia. Impulsó en su momento un movimiento al margen de los partidos tradicionales, con una aproximación de abajo a arriba (bottom-up), en lugar de la clásica de arriba abajo (top-down). No obstante, la reputación que pudiera ganar en este sentido hace tiempo que la perdió, pues su intención de convertirse en un presidente Jupiterino, elevado de las contingencias terrenales, en contraste al «presidente normal», que vendría a ser Hollande, su predecesor, le ha acabado alejando de la población.
Júpiter está viviendo toda una revuelta francesa, que ha revelado una insatisfacción generalizada de los ciudadanos (que apoyan en su mayoría estas protestas a pesar de los episodios de violencia) por la situación en su país. Júpiter deberá bajar a la tierra, reencarnarse en Macron y aprender de los errores, si es que pretende evitar que, en lugar de una crisis coyuntural, estemos hablando de una con carácter sistémico. No será suficiente con movimientos cosméticos. No será suficiente con revertir la tasa del combustible. Hará falta, probablemente, mucho más.