Definitivamente, y tras mi segundo año de peregrinación a Bruselas, me quedan claras dos cosas, y ambas muy preocupantes para la pesca española: España no pinta nada en la política pesquera de la Unión Europa, y la Comisión de Pesca dimite de su función de hacer política pesquera delegando las decisiones más importantes en un organismo privado sin ningún control democrático, llamado ICES (Consejo Internacional para la Exploración del Mar).
Y es que una decisión arbitraria, sin campañas científicas que la amparasen, como es cerrar la pesquería de la cigala en la VIIIc -que recomendó un tal ICES a finales del 2016 por un período de 3 años-, se convierte en inamovible, aun constatando groseros errores en el informe que ampara dicha decisión.
No han valido de nada ni los dictámenes a favor del Consejo Consultivo Regional Sur (CCR-Sur), ni los datos recabado del 2015 y el 2016 procedentes de buques que se dedicaban realmente a esta pesquería. Ni siquiera las propias campañas del Instituto Español de Oceanografía del 2017 y el 2018, que evidencian la abundancia de este recurso en cantidades suficientes para asignar un TAC comercial.
Una pésima negociación de la Administración española, que no se atrevió apostar de inicio por su reapertura, junto al dontancredismo de la Comisión de Pesca, que por cierto pide a gritos una profunda revisión en su modelo de practicar la gestión pesquera. Porque, olvidando totalmente la parte económica y social, nos lleva a unos resultados negociadores en los que los pequeños logros como el conseguido en la merluza sur, o cuestiones atinentes a la obligación de desembarco, quedan ensombrecidos por el disparate que supone dejar la política pesquera en manos de expertos sin ningún control democrático que entre la negligencia de unos y la dejación de otros son los encargados de determinar la gestión pesquera en la Unión Europea y provocan, por la acción de unos y la omisión de otros, que de nuevo la flota de arrastre del Cantábrico tenga que tirar por la borda nuestra valiosa y apreciada cigala. En resumen: ¡todo un despropósito!