Heredera inesperada de las grandezas de Sevilla, la autonomía andaluza tiene alojadas sus instituciones en dos magníficos edificios que representan las dos caras de la ciudad. El Parlamento reside en el Hospital de las Cinco Llagas de Nuestro Redentor, colosal y hermosísima obra del Renacimiento, construido a iniciativa y expensas de doña Catalina de Ribera, nieta del marqués de Santillana, sobrina del cardenal Mendoza, y emparentada con lo más preclaro de la nobleza andaluza. Y la Junta se ubica en la barroca grandeza del Palacio de San Telmo, que, proyectado en el siglo XVII por la Universidad de Mareantes, y tras sufrir muchas vicisitudes, fue adquirido por el duque de Montpensier para convertirlo en una corte frustrada, en la que tuvo origen la triste historia de María de las Mercedes, la breve reina de Alfonso XII, que todos los españoles conocemos por el romance que cantaba -«en tono menor / por las orillitas del Guadalquivir»- la genial Marifé de Triana: «María de las Mercedes, no te vayas de Sevilla...».
En este entorno, tras 36 años de poder socialista, y después de ocupar durante más de un lustro el sultanato democrático de Andalucía, a Susana Díaz le cuesta horrores entregar las llaves de sus palacios a Juanma Moreno y a Juan Marín, y sentir la infinita añoranza que invadió a Boabdil cuando divisó la Alhambra por última vez. Quizá por eso, sin meditar sus palabras, insiste Díaz en que ella no va a hacer «ni un Rajoy, ni un Arrimadas», refiriéndose con ello al institucional realismo con el que, tanto Mariano como doña Inés, renunciaron a sus respectivos turnos de investidura.
La rabieta de Díaz, en un primer momento, la mostró como una heroína y un dechado de dignidad. Pero alguien debía decirle que, si no hace «un Rajoy», o «una Arrimadas», tendrá que hacer «un Sánchez», e imitar aquel desventurado debate con el que su ahora líder consumió su impotente rabieta antes de facilitar la investidura de Rajoy, y antes de acumular el veneno resabiado que le hizo creer que pactar un gobierno Frankenstein -con Torra, Rufián y Batasuna- es una forma de servir a España igual que otra cualquiera. Díaz, que siempre pactó con quien quiso y pudo, y que parece haber olvidado que el PSOE ya presidió la Junta en 2012 tras la victoria electoral del PP, recurre ahora al elemental argumento de que ella ganó las elecciones, sin darse cuenta de que esta realidad solo debe cotizar cuando no hay coaliciones alternativas, o cuando no se hacen mesturas aberrantes que sirven muy bien a las ambiciones personales, pero muy mal a los intereses del país.
Susana Díaz sigue siendo de lo mejorcito que le queda al PSOE, y es una pena que haya llegado al poder en un momento tan convulso y, para su partido, disparatado. Pero solo podrá sobrevivir si recuerda que los vientos siempre se ensañan con los árboles más grandes y más recios, y que reconocer a tiempo su debilidad de arbusto, para doblarse al vendaval, es lo único que puede salvar su esperanzadora carrera.