Hace tiempo que lo sabemos: ya está en marcha la maquinaria del olvido. Acaba de terminar el 2018 y ya no nos acordamos ni de la mitad de lo que ocurrió, ni de quienes se fueron, ni siquiera de aquello que en su momento nos hizo rugir de indignación o llorar de rabia. En la ciénaga de nuestros recuerdos, ya empezamos a confundir los acontecimientos de este año con los de años pasados, quizá porque la mente es como un cajón demasiado lleno, que a duras penas admite más información, o porque se defiende de lo que nos hace daño. Durante algunos días continuamos pensando en aquella vivencia, o en aquella noticia que vimos en televisión con estupor, pero pronto el recuerdo se hundirá serenamente en la conciencia y quedará cubierto por miles de otras impresiones. Y tal vez tenga que ser así porque, como decía William James, «si lo recordáramos todo, estaríamos tan enfermos como si no recordáramos nada».
La literatura, como reflejo de la vida, ha dejado constancia de este tema. Son muchas las obras que se podrían citar, pero me quedo con el principio de un poema de Borges: «Ya somos el olvido que seremos/el polvo elemental que nos ignora».
También son muchos los hechos y las personas que no deberíamos olvidar de este año ?traerlos a colación aquí sería tan imposible como injusto?, pero sí quiero recordar algo: el 2018 fue el año de las mujeres. Después del vertiginoso tsunami que ha abierto los ojos al mundo, por mucho que olvidemos, ya nunca seremos las que fuimos.