Estaba claro que este miércoles no prosperaría la moción de censura planteada por el Partido Laborista. ¿Por qué se presentó, entonces? Jeremy Corbyn se sintió obligado a hacerlo. Un sector de su partido sigue insistiendo en que quiere un segundo referendo sobre el brexit. Corbyn, que en el fondo es más partidario del brexit que Theresa May, quiere evitar ese referendo y por eso ha estado tratando de desviar la atención, insistiendo en que lo urgente es cambiar el Gobierno, llegar él al poder y luego ya veremos. Pero para llegar al poder necesita mantener esa extraña alianza entre las élites progresistas de Londres, proeuropeas, y el votante laborista obrero de los feudos del norte, antieuropeo; y eso solo puede hacerlo por medio de la ambigüedad.
Corbyn podría llegar a un acuerdo con May, pero entonces perdería la oportunidad de reemplazarla; o podría ponerse frente a ella y enarbolar la bandera del segundo referendo, pero entonces dividiría a su partido. Por eso ha optado por la moción de censura: deja claro que se opone a May pero sin aclarar qué propone él. Se habla mucho del «caos del brexit» como si fuese la exclusiva creación de los conservadores o de Theresa May, pero una buena medida de la culpa de ese caos habría que atribuírsela a Corbyn y su tacticismo.
De momento, esta moción de censura no ha funcionado, pero ha obligado a toda la oposición a alinearse con Corbyn. El líder laborista puede seguir presentando mociones en las próximas semanas. Los conservadores, de momento, votan unidos con su Gobierno, pero entre ellos los hay que temen una salida de la UE sin acuerdo el 29 de marzo. A medida que se acerque esa fecha, cabe la posibilidad de que un número suficiente de ellos se pongan nerviosos y, para evitar ese brexit sin acuerdo, traicionen a Theresa May. No es fácil, pero es posible. Por eso, este miércoles May insistía en que no permitirá un brexit sin acuerdo, aunque no decía tampoco cómo piensa evitarlo.
La opción por defecto
Como se ha explicado muchas veces ya, esa es la opción por defecto. Si no hay acuerdo, el acuerdo que sea, Gran Bretaña saldrá de la UE bajo las normas de la Organización Mundial de Comercio, sin acuerdos concretos con Europa y (ojo) sin pagar «la factura del divorcio» acordada con la Unión.
En teoría, May podría negociar un brexit más blando, quizás en línea con el acuerdo que tienen Noruega con la UE, y buscar un pacto con el los laboristas para que le ayuden a aprobarlo, pero es improbable que Corbyn quiera echarle una mano, y May no quiere ni siquiera pedir una prórroga a Europa que le dé más tiempo para negociar.
Lo que vamos a ver, por tanto, en las próximas semanas, es una guerra de nervios en la que la presión de la fecha límite del 29 de marzo hará que el Parlamento apruebe el acuerdo de May u otro parecido, o que una parte de los conservadores se asuste y haga caer al Gobierno. Es la vieja solución cuando algo no tiene solución: que la suerte decida.