Escuchar el ruido de las máquinas romper la tierra para intentar sacar a Julen rompe el corazón. El desgarro es brutal si uno piensa cómo es el lugar del pozo en el que está el pequeño. La escena es muy dura. Brutal. Un pueblo entero se han puesto a disposición de la familia sin pedir nada a cambio. Esa es la España que no descansa si el objetivo es salvar a un niño que tiene su triciclo azul esperando a la entrada de casa.
La abuela de Julen confiesa llorando que ya no puede creer en Dios, mientras los padres se abrazan esperando que les entreguen a su hijo. Lo antes posible. Ya.
La pesadilla que comenzó con la realización de un pozo -¿legal o ilegal?- que alguien destapó -¿estaba tapado?- y convirtió en una trampa fatal. Porque no todo vale. No todo son errores.