El PSOE era Felipe González y nadie más. El PPdeG fue Manuel Fraga, que se bastaba por sí solo. Tiempo después el PP fue Aznar. C´s es Albert Rivera. Y Podemos es Pablo Iglesias. Porque el líder es siempre el líder; el cabeza de cartel, la cara visible, quien aparece en los momentos importantes y el que tiene la potestad de decidir por todos. El que su imagen se confunde con el logo del partido. Todo lo demás es literatura. Y eso de que los candidatos los eligen los afiliados y que las decisiones se toman en los círculos, además de literatura es ficción.
Así que quienes se sorprenden de que Íñigo Errejón diese un portazo disconforme con el mando y ordeno de Pablo Iglesias, denunciado ya por otros fundadores de Podemos, no solo desconocen el funcionamiento de una formación política, sino que se creyeron aquel eslogan tan exitoso de que llegaba la nueva política. Porque la refriega revela que la nueva política es exactamente igual que la vieja. Sencillamente es política. De no ser así, sería una asociación benéfica, sin ánimo de lucro.
Y si la nueva política es similar a la vieja, los liderazgos sufren los mismos contratiempos. Dice la cultura popular que no caben dos gallos en el mismo gallinero, que es lo que ocurrió en este caso. Que coincidieron dos perfiles carismáticos y con liderazgo, pero muy alejados en el fondo y en las formas, y que la convivencia se hizo imposible.
Pero, lejos de suponer una catástrofe, como vaticinan interesadamente y aguardan desde varios ángulos, la separación puede resultar beneficiosa a nada que uno y otro sepan sacar conclusiones y aprovechar la experiencia. Porque, digámoslo claro. Seguidores de Íñigo Errejón no soportaban a Pablo Iglesias. Y viceversa. Por mucho que se besuquearan.