La sentencia de un juez de Córdoba retirando la custodia compartida a un padre por su irrefrenable afán por el tabaco, sorprende. E incluso sorprenden más los comentarios sobre la noticia en los periódicos digitales, algunos de los cuales se sustentan en una clara ideología machista y otros evidencian cómo frente al tabaco, también a otras drogas, la evidencia científica sobre sus efectos perversos tiene dificultades para imponerse.
El juez aprecia en ese padre una toxicomanía irresponsable que pospone la salud de sus hijos a su tabaquismo «sin atender a otra cosa que no sea su adicción», resolviendo la retirada de la custodia compartida. De la noticia se puede entrever que la demanda de la madre argumentaba otras causas en relación a la atención a sus hijos por parte del padre, pero es esa dependencia del tabaco y sus efectos el argumento sustantivo para la resolución judicial. Y efectivamente, el tabaco es una droga poderosa y adictiva. Y quien esto escribe es, todavía, fumador, y no por desconocer los efectos sobre la salud, sino por esa dependencia que provocan la nicotina y otros componentes asociados a la elaboración del tabaco.
Bien están las limitaciones legales al consumo de tabaco en lugares públicos, bien están las campañas antitabaco, pero los estados no son inocentes. Porque, al igual que de otras drogas legales, obtiene abultados beneficios. En el caso del tabaco, unos diez mil millones de euros recaudados anualmente, puesto que del precio de venta al público casi el 79 % son impuestos. Y si esa carga impositiva sirve para paliar los costes médicos y farmacéuticos en los que inevitablemente incurren los dependientes del tabaco con sus inevitables enfermedades asociadas, no es menos cierto que, más allá de organizaciones sin ánimo de lucro, el Estado no financia las terapias de deshabituación al tabaquismo, ni siquiera las farmacológicas o psicológicas, por lo que resulta inevitable preguntarse si además de las empresas tabaqueras también el Estado obtiene beneficios. Incluidos los que se podrían derivar de una menor esperanza de vida de los fumadores. Uno no puede responsabilizar de su adicción a un tiempo y una cultura, miles de personas se han liberado de ella, pero no puede evitar recuerdos. Uno se cobija en un Ronson Varaflame que mi padre utilizaba cuando, al final de la tarde en la rebotica, liaba uno de aquellos Ideales, caldo de gallina. Un Ronson Varaflame de su padre acompaña a Rui en las soledades e incertidumbres de una metrópoli donde hay cerezas, que cuenta Dulce María Cardoso en El retorno. Ninguno hemos sido fumadores por tener un Ronson de nuestros padres, tampoco es razón para seguir fumando.