Estos días hemos escuchado la pregunta de qué sustantivo da nombre a la mujer aficionada a los hombres, a seducirlos. Los intentos de obtener femeninos a partir de los masculinos que se aplican a los varones con esa afición respecto a las mujeres no prosperan: tenemos demasiado presente al burlador don Juan Tenorio tras donjuán y tenorio como para permitirnos crear donjuana, doñajuana o tenoria. Lo mismo ocurre con casanova y su étimo, el apellido del seductor italiano. Personajes así son también falderos, pero su femenino, faldera, es la mujer que se dedica a hacer faldas, no la que anda en líos de pantalones.
El picaflor que gusta de ir con señoras es conocido sobre todo como mujeriego. De estos tenemos noticias por lo menos desde el siglo XV (antes también los había, pero con otros nombres): «... por que salgan más gustosas las representaciones meten mujeres en ellas, porque como con cebo más atractivo concurrirán más mujeriegos (Juan de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, 1589). Como equivalente de mujeriego entre las mujeres no se ha recurrido al femenino mujeriega, sino a dos creaciones paralelas, hombreriega y hombriega.
La que se usa más es hombreriega, formada a imitación de mujeriego, aunque la segunda está mejor construida. Mujeriego está compuesto de mujer- y -iego, sufijo que indica relación, pertenencia u origen, como en labriego y en veraniego. Con hombre, de cuya -e final se prescinde, y la forma femenina del sufijo, -iega, se obtiene hombriega. Eduardo Haro Tecglen escribió sobre Pilar Miró que «ya no era mujer-para-hombres, sino mujer-de-hombres. Hombriega, diríamos, si hubiera esa cara de la moneda definida por mujeriego». Curiosamente, ambas variantes parecen haber surgido casi simultáneamente. Hombreriega figura en Galicismos aceptados, aceptables y vitandos, de Jorge Guasch Leguizamón, publicado en Buenos Aires en 1951. A su vez, hombriega también aparece en Argentina, en 1953, en El detective original, de Abel Mateo. Mejor una de estas palabras que la mayoría de las alternativas que se proponen por ahí, como ninfómana -no es lo mismo- y otras, como pendona, con una carga peyorativa y un juicio moral que no se ven en el mujeriego que se aplica a los varones.