Las dos opciones que compiten en Galicia

OPINIÓN

10 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Todos sabemos -y en España hay pruebas de ello- que las actitudes de un mismo cuerpo electoral son diferentes para cada tramo del gobierno multinivel -local, regional, nacional o europeo- al que somos convocados. Y todos damos por cierto -aunque no siempre lo es- que, a medida que el marco electoral se reduce, la importancia del candidato aumenta, y la del partido disminuye. Pero esa percepción no impide que el hecho político sea único, que la gobernabilidad se talle en todas y cada una de las elecciones, y que haya circunstancias en las que las prioridades naturales de una convocatoria se vean modificadas por un análisis de amplia perspectiva. Así sucedió en 1931, cuando unas elecciones municipales trajeron la II República, y así sucede hoy en Cataluña, donde la obsesiva presencia del procés ha alterado la lógica de todas las elecciones.

Partiendo de estos supuestos, sorprende sobremanera que los resultados electorales que prevé Sondaxe para las ciudades gallegas nos hablen de un fuerte y contradictorio localismo que, además de permanecer al margen de la agobiante política nacional, se encamina a consolidar las dificultades de gobernabilidad que han marcado los últimos cuatro años. Salvo Pontevedra y Vigo, donde Fernández Lores y Caballero crecen a pesar de sus partidos, y con la reseñable excepción de Ferrol, donde el PP refuerza la arrolladora victoria electoral del 2015, las restantes ciudades, al tiempo que asumen el fracaso de gestión de sus alcaldes, se disponen a mantener sus bajos niveles de gobernabilidad, y organizar más bailes de alcaldables como los que, usando un ejemplo extremo, hicieron a Jorge Suárez alcalde de Ferrol.

Hace cuatro años, todavía era posible creer -por falta de experiencia y por la fascinación de lo nuevo-, que la fragmentación y la heterogeneidad de las fuerzas políticas enriquecía el debate y la democracia; que todos nuestros males venían del fracaso recién descubierto de la transición, y de su caciquil bipartidismo; y que los partidos políticos de reciente creación (asamblearios, populistas y antisistema) traían debajo del brazo la regeneración de la política y el fin de las castas neocapitalistas. Pero hoy ya sabemos (porque lo dicen los encuestados) que las ciudades están peor que hace cuatro años; que los aquelarres de renovadores están peleados y en franca descomposición; y que cuatro años más en esta dinámica de desgobierno tendrán enormes e irremediables costes para nuestro bienestar y nuestros bolsillos. Pero nada de eso parece tener importancia. Porque los genios invisibles que dirigen los cultos electorados urbanos han decretado tres cosas: que hay que votar, pensando en nuestras ciudades, como si en España no estuviese pasando nada; que todo lo que no es caos es extrema derecha; y que todo lo malo que sucedió en España desde Isabel II es culpa de Bárcenas y Correa. Por eso me temo que en nuestras ciudades solo se van a votar dos opciones: la de «seguir así», y la de «continuar como estamos».