Con Sánchez, y su «España en color», todas las semanas son críticas. Y por eso nos pasa lo mismo que a los sepultureros, que se aburren con la muerte; o a los médicos, que se aburren de ver cánceres; o a los generales, que se aburren de la guerra; o a los curas -¡Dios me perdone!- que se aburren de misas y funerales. La política española es hoy una inmensa noria, llena de pesados cangilones, que, si vistos de uno en uno, tienen las trazas de vistosos desatinos, puestos a girar -siempre con igual chirrido, volcando la misma agua, y tirados por la misma mula-, aburren a un santo y a toda la parroquia.
Primero está la algarada secesionista, cuya trama teatral -por allá y por aquí- no puede ser más cansina, estéril, desnortada y banal. Vistos por separado, parece que en cada cangilón se juega toda la historia de España. Pero puestos en la noria, donde llevan tantos años, no son más que un sonajero para entretener jubilados.
Después vienen los presupuestos, cuyo contenido, financiación, dinámica y déficit a nadie parecen interesarle. El suspense solo está en el derbi parlamentario al que están convocados. El miércoles, todos los frentismos de la política española. Porque la cruda realidad es que, vistos como un cangilón, da igual que los presupuestos se tramiten o no, ya que el chirrido que seguirá haciendo la noria, arrastrada por el burro, va a ser el mismo que llevamos tanto tiempo soportando.
También está ahí el juicio del procés, al que los periodistas le aplican adjetivos deslumbrantes: histórico, trascendente, fundamental y complejo. Pero, visto como un cangilón de la noria, lo que caracteriza a este juicio es la colosal desmesura que generó la previa inacción de la Justicia, que, en vez de haber inhabilitado en Barcelona -comiendo y durmiendo en sus casas- a esta docena de tarambanas, exhibe ahora en Madrid un espectáculo de cárceles, de penas y de escolásticas sutilezas probatorias, que solo pueden acabar en enorme desencanto.
Y para que nada faltase, también hicimos ayer un cangilón con forma de concentración patriótica, que, en vez de ser «blanca y negra», como dijo Sánchez, tuvo, para mi gusto, demasiado color. Por eso se me antoja que, en vez de servir para contraponer la política de altura con el debate tabernario, acabó siendo, colgada ya en la noria, un «campeonato nacional de cómo perder por la boca las escasas ideas que anidan en el cerebro».
Como politólogo no sé explicar por qué, en vez de elegir una loca galopada hacia el cambio, o una trinchera en el inmovilismo, hemos optado por la peor solución: la de ser noria de un canal reseco, que no sabe lo que es sosiego, y que gira y aburre, absurdamente, sin llegar a parte alguna. Por eso voy a dejar para León Felipe, que tanto sabía de caminos y soledades, la última explicación: «No es lo que me trae cansado / este camino de ahora… / No cansa / una vuelta sola, / cansa el estar todo un día, / hora tras hora / y día tras día un año, / y año tras año una vida, dando vueltas a la noria».