El iniciado ayer en el Supremo contra los líderes del procés catalán es un juicio político. Pero no lo es porque en él se juzgue el ideario de unos líderes políticos, como aseguran los cabecillas de la revolución de los señoritos y quienes los aplauden. Lo es porque se ha convertido en un litigio que favorece la acción política de formaciones que tienen ya la vista puesta en los próximos comicios.
Y es ahí donde nos encontramos en primera fila a PDeCAT y a Vox. Aparentemente tan diferentes pero que comparten cuestiones importantes de su ideario, como la xenofobia y el desprecio a quienes no piensan como ellos. Pero además comparten la estrategia electoral. Y han entendido que la vista del Supremo les ofrece una oportunidad extraordinaria para reafirmarla.
El president Puchi hizo una comparecencia ayer mismo desde Berlín absolutamente electoral, insistiendo en su argumentario habitual. Y uno tiene la sensación de que la intervención de los abogados defensores a la misma hora, en sus exposiciones de cuestiones previas, estaban perfectamente acompasadas con el huído.
Pero también Vox. El grupo extraparlamentario ha logrado un protagonismo que tiene un único fin. Darse visibilidad y hacer público su programa de cara a esas elecciones que pueden ser inmediatas. Solo así se explica su comparencia ante las mismas puertas del tribunal, amén de su papel como acusación particular.
Así pues, el juicio que ayer se inició contra los responsables del desaguisado es un juicio político. Pero no por lo que algunos tratan de convencernos. Porque está siendo utilizado con fines políticos.