Cientos de miles de españoles podrían acreditar idéntica experiencia: en su círculo de amigos, hace años, casi todos votaban al PSOE, pero casi ninguno lo hace ahora. ¿Por qué? No parece una pregunta irrelevante.
La respuesta más sencilla la dan los actuales dirigentes socialistas: al irse haciendo mayores, gran parte de esos españoles se habrían vuelto de derechas. En ello insisten, también, los nuevos aliados de Sánchez en la extrema izquierda y el nacionalismo, aquellos que criticaban ferozmente al PSOE de González, considerándolo la derecha reencarnada. Ocurre, sin embargo, que, según ya en su día dejó escrito el gran periodista Henry Mencken, para todo problema humano hay siempre una solución fácil: clara, plausible… y equivocada.
Y este es, creo, el caso de la supuesta derechización de muchísimos ex votantes socialistas. Sin descartar, claro, que en algunos casos haya sucedido así, pues transitar de la izquierda a la derecha resulta tan legítimo como lo opuesto, es lo cierto que una gran parte de quienes son acusados de haber traicionado los valores del progreso siguen ideológicamente donde estaban cuando votaban al PSOE: creen en la necesidad de un Estado comprometido en la lucha contra las desigualdades sociales y económicas, defienden una democracia avanzada que garantice amplios derechos para todos y apoyan la existencia de una España descentralizada, pero unida, de ciudadanos libres e iguales, al margen de cual sea su lugar de nacimiento.
Por tanto, hay una hipótesis juiciosa para explicar que tanta gente haya cambiado de papeleta electoral pese a ser sus ideas, en lo esencial, las mismas que mientras votaban socialista: que quien en realidad se ha transformado es el PSOE. De ser un partido de centro-izquierda a convertirse en una fuerza oportunista, ¡ahora socialdemócrata!, ayer izquierdista, pasado chi lo sa; de apoyar una España unida y plural, en su conjunto y dentro de cada uno de sus territorios, a sumarse a esa memez de la plurinacionalidad, que solo es un pretexto para ponerse del lado de los nacionalistas; de defender la Transición como una página ejemplar de nuestra historia a impulsar una política basada en el rechazo de la reconciliación; de tener una vocación mayoritaria a aspirar solo a gobernar -en la esfera estatal, autonómica y local- con izquierdistas y separatistas. El resultado final de ese proceso lo ha resumido a la perfección Félix Ovejero en su espléndido libro La deriva reaccionaria de izquierda: «El afán de hacer suyo un mensaje esencialmente opuesto al que la identifica ha conducido a nuestra izquierda al extravío ideológico y seguramente, a medio plazo, a una debacle política irreversible».
Haber pasado de los 157 diputados que de media obtuvo González en generales mientras entre 1977 y 1996 fue candidato del PSOE y los 84 con los que Sánchez ha acabado confirma tal debacle de un modo incontestable.