Decía Santiago Segura que en general no le damos mucha importancia a la risa porque cuando salimos del cine y nos preguntan: «¿Qué tal la peli?», respondemos con desinterés: «Bah, te ríes». Como si reírse no fuera argumento suficiente para sostener un rato de entretenimiento. Si algo te hace reír, es bueno seguro. Bueno en todos los sentidos, en el más puramente profesional (alguien se lo ha currado) y en lo que atiende al espíritu, aquello que nos va en la salud. Con la distancia que da el tiempo, el recuerdo de aquellas Crónicas marcianas de Javier Sardá me provocan siempre una sonrisa en la boca, me veo enchufada a una tele que me hacía perder horas de sueño, pero que me daba la risa, algo que no tiene precio. Con Galindo, con Boris, con Carlos Latre, con Manel Fuentes... Eso es lo que ha quedado en la memoria de un programa que irrumpió con mucha frescura, con mucha improvisación en 1997, haciendo un directo de varias horas que enganchó a un público amplísimo. Sardá supo traernos todo un universo de estrellas muy particulares. Una especie de circo que, a finales del siglo pasado, sumaba aplausos y reventaba cada noche las audiencias. Crónicas estuvo siete años en antena y por aquel show pasó de todo, pero pocos espacios marcaron tanto una época como aquel. La prueba es el cariño que el señor Galindo nos ha despertado de pronto; la memoria, sin duda, también tiene su gracia.