Estarán conmigo en que vivimos en un tiempo político sumamente raro. Es tal el ruido mediático, de tal calibre la algarabía, que algunos líderes políticos han abrazado sin complejos el realismo mágico, inventándose realidades paralelas para afianzar su discurso, o directamente recurren a ocurrencias estruendosas para disimular su falta de ideas y su inutilidad rampante. Una mezcla de ambas es la reciente salida de pata de banco del presidente de México, López Obrador, que ha escrito una carta al rey de España, Felipe VI, exigiéndole disculpas oficiales por «los abusos cometidos por los españoles en la conquista de México».
López Obrador, con esos apellidos de indudable raíz azteca, como se habrán dado cuenta, no es consciente quizá de la inmensa ironía que encierra el hecho de que está pidiendo disculpas por los actos de sus propios antepasados. No de los suyos, apreciado lector, ni de los míos, que se quedaron en España, sino de aquellos que fueron a conquistar y colonizar el imperio mexica y de los que él sin duda desciende.
En esta suerte de memoria histórica de cinco siglos que propone López Obrador, me inquieta mucho el lugar que ocuparán los indios tlaxcaltecas, aliados de Cortés en la conquista. No olvidemos que el extremeño iba acompañado de tan solo quinientos españoles y que el grueso de su ejército eran indígenas de Tlaxcala que vieron en Cortés y sus muchachos una oportunidad de oro para ajustar cuentas pendientes con los aztecas. Me pregunto si en el universo mental de López Obrador esos indígenas merecen disculpas o por el contrario sus descendientes también tendrán que pasar por el proceso de depuración histórica. Todo es posible.
Verán, me resulta complicado imaginarme a Hernán Cortés, avanzando hacia Tenochtitlan en 1519, recordándole a sus hombres -y a los miles de aliados nativos- su deber de ser escrupulosos con la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Y que la conquista tendría que hacerse sobre el diálogo y el respeto mutuo. Y que aquellos que fuesen capturados para ser víctimas de los sacrificios humanos deberían mostrar empatía con otras culturas.
Pretender juzgar hechos de hace cinco siglos con la mentalidad de hoy en día es un ejercicio ridículo, cuando no directamente bastardo. Por la misma regla de tres, el rey de España debería escribir de inmediato una carta al presidente de Italia, exigiendo indemnizaciones por la conquista romana de hace veinte siglos. Y a continuación otra misiva a Bashar El Asad, pidiéndole disculpas por la invasión y conquista musulmana de España por los Omeyas de Damasco. Eso sí que fue un lío. O a Francia, por los brutales saqueos de la invasión francesa de 1808, que queda más cerca. Y por supuesto, Theresa May debería preparar la jugosa indemnización que se le debe a A Coruña por el asedio de Drake. Que no se van a ir de rositas, hombre.
Así que Felipe VI va a estar terriblemente atareado la próxima semana con tanta carta. O quizá no, porque, a diferencia de López Obrador, no es un político populista que oculta su propia ineficacia política detrás de mensajes absurdos y sin sentido. Pero si finalmente decide entrarle al trapo, le recomiendo que incluya una carta más, dirigida a México, exigiéndole disculpas por mandarnos a Paulina Rubio. Eso si que es intolerable, caramba.