Marc Gasol tuvo que abandonar hace apenas un mes el único equipo en el que hasta entonces había jugado al baloncesto en Estados Unidos. Después de vestir durante algo más de diez años la camiseta de los Grizzlies, Big Spain dejaba Memphis, la ciudad de Johnny Cash, B. B. King, Elvis o ¡el Misisipi! y se despedía con un tuit de los aficionados: «I’m not sad because it’s over, I’m happy because it happened». En algún lugar leí la frase, la conservé porque me gustó, y en este preciso instante la traigo aquí para despedir, a mi manera, a Miguel Ángel Cadenas Sobreira, presidente del Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, y a la vez de su Sala de lo Civil y Penal, desde el año 2009; hoy a punto de colgar, dizque por razón de jubilación, la toga de magistrado que lo ha acompañado toda una vida de dedicación al ejercicio jurisdiccional.
Sin embargo, ha sido el mismo Miguel Cadenas quien me hizo pensar, contrariando a Chesterton, que la mejor parte de un juez no es su toga, o que la solemnidad no redime el Derecho, ni tampoco -se me ocurre- a uno mismo. Dije esto último de él a propósito de un capítulo de agradecimientos de cierto libro, y añadía allí que no es extraño a Miguel Cadenas que haya prendido en uno la idea de que para ejercer la jurisdicción hay que sentirse más atraído por el microscopio, atareado en las obligaciones inmediatas, que por el telescopio, dispersado en lejanías irrelevantes; carambola verbal esta que desde luego no disgustaría al hombre que escribió los relatos del padre Brown, y bajo cuyo notorio influjo habremos de convenir que acostumbrarte a la laxitud intelectual «es ya medio acostumbrarte a lo moralmente equivocado». Quiero decir que Miguel Cadenas sabe que no vale la pena redactar cientos y cientos de sentencias, ni despachar miles de asuntos, si no se hace desde la honradez jurídica, e incluso sin perder por completo -en medio de los agobios- el buen humor, mejor si es una pizca mordaz, como el suyo. Sabe, sobre todo, que el buen juez no se explica más que desde el entusiasmo por el Derecho y por la vida en la medida en que el Derecho es vida misma y habla, como la vida, de personas: cualquier vida, seguramente también la que es absurda, tiene un pleito, un argumento. Al fin y al cabo, como a menudo recuerda Andrés Trapiello, pocos vienen a este mundo para ser protagonistas de La cartuja de Parma o de Guerra y Paz, pero todos llevamos encima, al igual que Josep Pla, nuestro cuaderno gris particular.
Durante treinta años he compartido oficio y función con Miguel Cadenas. Compartí con él un conjunto de experiencias, conversaciones y debates; un cúmulo personal, intransferible e irrepetible, que ahora, cuando está a punto de tener su quehacer profesional por detrás, y solo por detrás, me permite asegurar que el tiempo transcurrido en la jurisdicción desde sus 27 años lo lleva como un equipaje ligero sin el cual no se reconocería. Un tiempo, ese dilatado fragmento de su vida, en el que ha podido sentir la función jurisdiccional -aún con todas sus imperfecciones- como una de las más hospitalarias y civilizadoras que pueden ejercerse en el mundo regido por la ley; ignoro si el más feliz o no de los mundos que quepa imaginar, pero sin duda el único mundo que nos consiente mantener una vaga concepción deportiva de la vida: la vida como juego limpio, como fair play, conciencia de los derechos personales y de los deberes propios, moralidad e individualidad. Un mundo de ciudadanos libres e iguales ante la ley.
Es posible que Miguel Cadenas intuya que solo gracias a la jurisdicción se ha salvado o, al menos, que sin ella habría carecido de una vida completamente llena. Es posible, ya digo, aunque, bien mirado, una persona inteligente, y por ello cercana a la vereda de los sentimientos, no debería desconocer que, pese a tener que estar agradecida a la vida por sus cuarenta y cinco años en la carrera judicial, tiempo vendrá de amar la vida por sí sola y por sí misma junto a las personas, algunas muy queridas, sin las que en realidad no hay una vida que esté llena. En todo caso, siempre nos quedará el mediano de los hermanos Gasol para hacernos creer que Miguel Cadenas ha de estar contento por el largo rato que ha pasado en la jurisdicción, antes que triste porque se acabó, si se puede decir así.