La novedad de este 28 de abril es que no solo la izquierda se presenta dividida y con sufragios perdidos en los resquicios de la ley D’Hont: el PP va a probar la penalización que tan bien conoce el PSOE, que emerge tras su profunda crisis. En Andalucía ya se ha visto lo que sucede cuando el voto se reparte entre varias formaciones y la derecha más a la derecha le come el riñón a la que se presentaba como compendio de las opciones conservadoras; con Ciudadanos ya de lleno en esta misma órbita, después de renunciar a representar a los votantes de centro; y con Vox llamando al voto más ultra y antisistema. Si Fraga levantara la cabeza, les echaría un buen rapapolvo a quienes han destrozado su logro de aglutinarlos a todos bajo las siglas del PP.
Las elecciones del 2011, que dieron una mayoría absolutísima al Partido Popular, supusieron un punto de inflexión que produjo cambios en las opciones electorales de la izquierda. Podemos estaba a punto de asaltar el cielo al reconocerse como herederos de los indignados de la Puerta del Sol, pero la indignación no estaba solo en la izquierda. Ciudadanos se presentaba como un nuevo centro, con una imagen moderna y progre de líderes que vivían en pareja sin casarse y mano abierta a los cambios sociales que modernizaron la España cañí, pero trufadas por un liberalismo neocon, moderno y conservador al mismo tiempo. Más recientemente, Vox, representa otro tipo de indignación, pero contra la España autonómica y los derechos sociales. El conjunto de todos esos cambios han redefinido notablemente el panorama electoral.
En todo este proceso, el mayor desgaste fue para los actores de la alternancia bipartidista. El PSOE pagó caro su error al abordar la crisis económica del 2008 y el PP, su optimismo ante el coste por los innumerables casos de corrupción que motivaron su expulsión del Gobierno. La imprevisible moción de censura de junio pasado convirtió a Pedro Sánchez en una nueva versión de Lázaro resucitado que ha aprovechado al máximo los escasos diez meses de gobierno en solitario, introduciendo reformas inimaginables solo un año antes, como la subida del salario mínimo. Su llegada a la Moncloa se la trajo en bandeja la crisis interna y judicial del PP, más para consolidar el aumento de escaños que lo mantenga en el Gobierno, precisará del apoyo de difíciles compañeros de viaje. La apuesta es arriesgada, pero, si sale bien, habrá Gobierno de centro-izquierda para rato y se consolidarán opciones similares en las siguientes elecciones municipales y autonómicas. Madrid sería el caso más notable, Vigo será, en cualquier caso, el bastión del modelo de ciudad y Barcelona seguirá intentando escaparse del laberinto en que se ha convertido el reto secesionista... pero el guion de los próximos cuatro años está todavía en el tintero.